Media tarde de un extrañamente luminoso día de primavera,
nadie diría que apenas hace dos jornadas un manto blanco trataba de cubrir sin
éxito los campos, alivio efímero por lo tanto en un tiempo cada vez más seco y
desnortado.
Es momento de despedida tras las cortas vacaciones, en
casa quedan solo los niños y los mayores, en tanto los jóvenes, como la que
ahora cierra la puerta y baja las escaleras, se reincorporan a sus estudios o
al trabajo lejos del hogar. Es una mujer tranquila de mirada resuelta, que
camina sin prisa disfrutando de cada paso que da por este lugar tan querido,
sus poco más de veinte años le hacen sentir todavía el placer de cuando
correteaba con sus amigos por estos mismos espacios, las largas conversaciones
a la sombra de los castaños en la época estival, las fiestas patronales, los
paseos por el campo, el goce de sumergirse en las limpias y siempre frescas
aguas del río,... todo ello retorna ahora a su mente al recorrer de nuevo las
antes bulliciosas y sin embargo ahora tranquilas calles.
Mil anécdotas y experiencias rememora en su cabeza y no
puede evitar que una sonrisa asome en sus labios, como asentimiento de dar por
bueno todo lo vivido.
De su madre heredó, además de su hermosa melena rubia y
ojos azules, el gusto por las letras, y siguiendo sus pasos se convirtió en
periodista. Ahora, terminados los estudios y fresca aún la tinta de los títulos,
afronta el reto de escribir su primer artículo para un periódico de tirada
local, donde han decidido que merecía la pena darle una oportunidad. El caso es
que la fecha de entrega se aproxima y dado que no se le indicó ningún tema
específico el primer obstáculo será la elección del mismo.
Cuanta responsabilidad, apostar el futuro inmediato a
esta previa y arriesgada decisión.
Lo cierto es que estos días de asueto tenían como
finalidad favorecer la visita de las musas y consecuentemente poder completar
el encargo pendiente, pero no fue así y la realidad es que el block sigue en
blanco y el bolígrafo no ha descubierto su capuchón ni para saludar.
La horas en verdad pasaron volando, azuzadas por un
viento glacial y un cielo encapotado, que eso sí, tuvo la deferencia de poner
una nota tierna enviando miríadas de motas blancas que se deshacían apenas al
tocar el suelo y que contempladas a través de la ventana se asemejaban a esas
pequeñas bolas de cristal decorativas donde se pretende encerrar la magia y la
ilusión de un paisaje invernal. Dentro el fuego del hogar y las aparentemente
infructuosas labores de su padre y hermana pequeña por terminar una casa de
hadas, entre los que divertida, tuvo que mediar para lograr llegar a un acuerdo
de como debía ser la morada de esos maravillosos seres. En fin, visto ahora,
tiempo deliciosamente consumido pero que en este momento se antoja quizás más
valioso para haberlo dedicado a otros menesteres más productivos.
Todo esto ronda su cabeza cuando a lo lejos divisa la
vieja parada situada a las afueras de A Grela, hoy sumamente deteriorada y
descolorida, aunque aún se intuye el originario color azul claro y el logo de
la caja de ahorros que a través de su obra social posibilitó que se instalase,
ambas ahora, entidad y reparto de beneficios entre la comunidad, devoradas por
la vorágine de las crisis económicas, impidiendo así más acciones de necesaria
inversión solidaria.
Se sienta a esperar en el interior, donde poco hay ya de
acogedor y hasta lo funcional casi ha desaparecido, dañado por un incendio
sucedido años atrás y con la naturaleza pujando por recuperar de nuevo el
espacio arrebatado, extendiendo inmisericorde su manto vegetal por suelo y
paredes.
Esta ahora ruina fue en otro tiempo refugio que vio llegar
e irse a multitud de personas, mudo y privilegiado testigo de los paseos
dominicales de los novios por la carretera, los juegos infantiles, las
confidencias, los primeros besos adolescentes,.... es triste ver el aspecto de
un elemento tan recordado, tan sentido, tan interiorizado y que ahora yace
herido y solo a la espera de un destino incierto.
Alzando la vista y apoyando la espalda en el paramento
del fondo se pueden contemplar en primer término las casas de la zona más
elevada del pueblo así como la capilla, mientras que el resto de construcciones
parecen jugar al escondite ladera abajo, a lo lejos se hace presente el
contorno de una sierra, coronada por una larga hilera de aerogeneradores que
ponen quizá el punto actual y discordante en un paisaje donde por lo demás
predominan los colores pardos y granates del monte interrumpidos ocasionalmente
por pequeñas poblaciones en las partes más bajas de las laderas de la montaña rodeados por reducidos ámbitos donde un mosaico de pastos y de cultivos aportan una
significativa nota de color.
Tantos años transcurridos y todo sigue siendo tan hermoso
como el primer día piensa ella, pocas cosas parecen haber cambiado, al menos en
apariencia, aunque también sabe que no es exactamente así. Que fácil es dejarse llevar por las ensoñaciones y los
recuerdos y que la mente vague libre contemplando lo que la naturaleza, y el
ser humano en menor medida, han construido en armonía.
Poco falta para la hora en que el autobús llegue para recoger a los cada vez menos
frecuentes usuarios.
En tanto espera recuerda el hallazgo de la noche anterior
en uno de los armarios de casa. Muy bien envuelta y conservada encontró una
foto antigua en blanco y negro que mostraba a un joven conductor de línea sentado
en el asiento su vehículo, sonreía satisfecho y feliz tanto a la cámara, como a
la persona que tanto tiempo después le contemplaba. Había algo hermoso y
familiar en su rostro, su madre se lo confirmó, era el abuelo, claro, quien
sino pensó, en sus comienzos fue chofer
para una empresa que viajaba a Ponferrada, no le había reconocido en un primer
momento porque ya le conoció más mayor y nunca había visto ninguna imagen de
como era antes.
Estos pensamientos
se desvanecen con el ruido próximo de un motor diesel afrontando la curva bajo
la vieja tienda que en otro tiempo hizo
las veces de cochera.
Advertido de que hoy habrá al menos una pasajera, el
conductor detiene el transporte y abre la puerta para permitir subir a bordo a
la joven, quien luego de abonar su billete ocupa un asiento de los de adelante,
pues, aunque normalmente está prohibido hablar con el conductor, como a buen
seguro no habrá mucha más concurrencia, podrán hacerse al menos silenciosa y
mutua compañía.
Estos días oyó decir a los vecinos que van a suspender el
servicio, y probablemente que hoy sea el último viaje, porque ya no es rentable
mantenerlo.
De nuevo evoca la imagen de su abuelo y del orgullo
que seguro sintió llevando a tantas personas a sus quehaceres diarios, cuando
no había prácticamente más medios en los que desplazarse y cada viaje era en sí
mismo una aventura, teniendo incluso que bajarse a veces los usuarios a empujar
cuando la máquina se averiaba o la adversa climatología hacía impracticables
los otrora caminos de tierra. Buenos tiempos de solidaridad y aspiraciones
modestas y por ello en cierta forma quizá más felices, hoy ya desaparecidos y
que solo viven en el imaginario colectivo, perpetuándose en la cada vez más
escasa tradición oral.
Hay cosas que no debieran desaparecer y perderse para
siempre porque con ellas se va parte de lo que hemos sido y por lo tanto de lo
que es nuestra esencia, y aunque los modernos tiempos, caprichosos y veloces,
quieren borrar todo vestigio de lo que no es el ahora y el ardiente e insatisfactorio
deseo de lo que vendrá, todavía queda tiempo para hacer una última cosa.....
Sentada en mi
asiento, al lado de la ventanilla, me dispongo a vivir el último viaje de una
línea de autobús rural que a partir de mañana ya no se realizará más.
Probablemente la razón de tal decisión radica en la multitud de espacios vacíos
que me rodea y que al final, siempre más bien pronto que tarde, trae como
consecuencia este tipo de decisiones económicamente incontestables pero también
en cierto sentido socialmente injustas, pues penalizan la vida de las personas
que aún hoy precisan de este nexo entre su vida cotidiana y los servicios de
todo tipo que necesitan, la mayoría de los cuales no se encuentran próximos.
La salud de
cualquier ser vivo estriba entre otras cuestiones en que la vida fluya por sus
redes arteriales desde los puntos importantes
hasta los más alejados, permitiendo que todos estén interconectados formando un
sistema, y esto mismo ocurre de alguna manera con el territorio. Nos hemos
dejado seducir por una vida frenética que nos impone desplazamientos más largos
y en el menor tiempo posible y nos hemos olvidado de la escala de lo cercano,
de la calma, del viajar descubriendo un paisaje y detenerse en su
contemplación, avistar un ave en su vuelo, disfrutar del discurrir de un río
desde sus márgenes, o divisar las estrellas y la luna en el cielo nocturno.
Buena parte de mi
vida la he pasado viajando por carretera en transporte público, de pequeña en
las líneas que unían la ciudad con el pueblo, los días de feria acudiendo a
ella, peregrinando en tardes de verano a la playa y más recientemente en ese
semanal ir y venir entre la universidad y el hogar, donde los viernes son
siempre felices en tanto que los domingos por la tarde son inevitablemente
tristes.
En más de medio
siglo muchas han sido las personas han hecho posible con su profesionalidad y
entrega que este país se pusiese en marcha desde una difícil posguerra donde
los motores eran casi exclusivamente de gasolina y unos pocos visionarios se
propusieron con más audacia que medios transformar los jirones de una contienda
fraticida en la semilla de un cierto progreso, que luego, con la llegada de la
democracia se terminó de afianzar. Fueron esas primera décadas las que vieron
rodar a los míticos Barreiros, Pegaso, Leyland o Avia entre otros,
posibilitando la movilidad en un país adormecido en muchos aspectos aunque
tremendamente vital en otros, en el que el ferrocarril no conseguía ser
competitivo, algo que aún hoy se sigue evidenciando a pesar de las grandes
inversiones.
Mucha gente como mi
propio abuelo, dedicaron y dedican gran parte de su vida a esta vocación de
trasladar a las personas, sin desanimarse ni desfallecer ante las interminables
jornadas y las largas y sinuosas carreteras, al calor del estío y soportando el
crudo frío del invierno, siempre firmes y serenos al volante de sus vehículos,
sin quejarse por sus muchas horas fuera de casa y las tan escasas al lado de
sus seres queridos, porque su familia, también lo fuimos cada una de las
personas que les acompañamos, y por ello
mismo testigos de su buen hacer y su
compromiso con su oficio, con sus máquinas y sobre todo con la gente que estuvo
y esta bajo su responsabilidad cada día.
Han sido parte de
nuestra historia y de nuestras vidas, personas anónimas pero a las que
reconocemos en cada nuevo viaje tras unos rostros más jóvenes que toman el
relevo, todos ellos leales servidores de un cometido profundamente social que
contribuyó en la medida de sus posibilidades a que la sociedad superase el
endémico aislamiento y avanzase.
Así pues en este
último viaje, en esta día que ya termina, al menos expresar el recuerdo y
reconocimiento a todos aquellos que al igual que mi abuelo consideraron su
trabajo como algo más que un empleo y pusieron su tiempo y su vida al servicio
y ayuda de los demás.
Gracias por ello a
todos.