A day in the sea, far away from home a little island is in the horizon.

Land to discover. Place with a small number of habitants but who is waiting for new visitors every day.

Breathe the clean air in the beach, see the blue sky over you head, walk slowly to the lighthouse, and there, take a book in the library and enjoy the moment of calm near the sea.

A beautiful sunset when the day is over is the best gift for the traveler, Alba Island is now in you for ever.

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A procura dun lugar refuxio onde soñar, desconectar… albiscamos unha illa branca e refulxente como a aurora. É a nosa Illa Alba, hai outras illas, algunha do mesmo nome, todas elas custodian segredos e artellan historias.

Lugar encantado que agarda despois de longa travesía. Percorremos ducias de millas imaxinarias antes de chegar, as rachas de forte vento fixéronnos varar na praia. As ondas seguían chegando a area, moldeando os nosos corpos para fundilos e convertelos nun elemento máis.

Bancos de néboa cubrían a superficie. O faro presidía dende o cumio a escea proxectando a súa brilante luz. A súa presenza espertou en nós a curiosidade e a necesidade de calor. Camiñamos cara a construción milenaria que guiaba os nosos pasos para ofrecernos o que imos compartir.

Aquí facemos mención de algúns dos libros que alí foron deixando os seus habitantes, de variada procedencia. Tamén o escrito polas persoas que moraron ou pasaron pola illa para logo seguir outro rumbo. Se chega algunha botella ou pomba con mensaxe nós arquivámolo na biblioteca da Illa dos Sentimentos, Alba.

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El trabajo.


Desperté de repente, sumergido en el frío sudor que mojaba mi cama, aterrado y no del todo convencido de que lo que acababa de soñar era tan solo eso, un sueño.
El despertador anunciaba con su monótona letanía que tendría que haberme levantado mucho antes.
Me vestí deprisa, y sin tan siquiera desayunar, me lancé a la calle en aquella brumosa mañana en la que la niebla devoraba la ciudad.
Todo el camino fui pensando como sería aquel primer día de trabajo, si es que al final lo conseguía.
Llegué al edificio y le mostré el anuncio del periódico al portero, que con un ademán me ordenó que entrara. Me dirigí a la oficina que ofertaba aquel puesto. Al salir del ascensor pude oír en monótono e incansable traqueteo de las máquinas de escribir, ansiosas por  retener en papel los efímeros pensamientos humanos.
 Entré y casi al mismo tiempo el ruido fue cesando, sintiendo sobre mí la interrogadora mirada de veinte pares de ojos, recorriéndome de arriba abajo. Cuando por fin se dieron por satisfechos con su examen continuaron a lo suyo sin prestarme más atención.
Pasada la entrevista, el jefe de personal me indicó una mesa que sería la que yo debería ocupar a partir de ahora. Estaba un poco vieja y desentonaba bastante con el resto del mobiliario, a todas luces más nuevo.
Como en principio no se me encomendó ninguna tarea, me puse a jugar con una llave que encontrara días atrás. Movido por la curiosidad y el tedio de mi ausencia de obligaciones, comencé a abrir los cajones. El último de la derecha se resistía, mientras que los otros estaban completamente vacíos. Miré la llave que tenía en mi mano y probé a introducirla en la cerradura, sin demasiado esfuerzo le di un par de vueltas y el cajón por fin cedió hacia mí. Dentro solo encontré unas gafas y un papel de eses antiguos enrollados, creo que los llaman pergaminos, según creo. Lo tomé en mis manos y después de desenrollarlo descubrí un breve texto o eso me parecía, escrito en una serie de caracteres extraños, nada parecidos a los que por conocimiento o referencias estaba acostumbrado a ver. En su parte inferior, como una mancha medio desdibujada rezaba escrito a mano lo siguiente:

Para poder leer el mensaje, ponga las gafas.

Hice aquello que se me indicaba y las puse, eran muy antiguas. De repente aquel galimatías de signos se convirtió en un mensaje breve y conciso:

Hace tiempo que le aguardábamos. Estas gafas que le fueron entregadas confieren el poder de leer en las mentes de las personas. Úselas para evitar el terrible fin al que se verá abocada la especie humana en poco tiempo.

¿Fin de la especie humana?, ¿poder para leer las mentes?, era algo que me superaba pero con mucho. Creyendo que lógicamente se trataría de una novatada me levanté y abordé al jefe de personal.
Le pregunté por el anterior ocupante de la mesa.
El me respondió que desde que entrara en la empresa (y ya hacía unos 30 años) nunca nadie ocupara aquel puesto. En ese momento me abordó la certeza de que aquel hombre no mentía, me di cuenta de que llevaba las gafas puestas, y no recordaba en que momento pasaran desde la mesa donde los dejara después de leer la nota, a estar otra vez sobre mi nariz. No lo podía creer, noté que algo en mí se estaba transformando, el mismo local de la oficina parecía haber cambiado, el escritorio había desaparecido.....
Comencé como a oír voces, pero la gente no hablaba, todos parecían ensimismados en sus labores.
¿Sería cierto que podía acceder a sus mentes?.
Decidido a comprobarlo, me acerqué a un hombre que se encontraba cerca y le pregunté si me podría decir que hora era. Me miró, contestándome un tanto airado que si tenía interés por saberlo que consultara el reloj de pulsera que asomaba bajo el puño de mi camisa. Me sentí confundido y azorado, y tuve que reconocer que la pregunta no había sido demasiado acertada, aunque en ese momento me había parecido de lo más oportuno e inofensivo para romper el hielo.
Sentí como de nuevo me invadía una extraña fuerza que me permitió entender lo que aquel hombre pensaba como si se tratase de un libro abierto:

-          Mira que molestarme con esta tontería, como si yo no tuviera más que hacer que soportar a graciosos como este.-

Asombrado y atemorizado me dejé caer en una silla mientras dirigía una mirada escrutadora hacia los pensamientos de los presentes. Pude ver en ellos el desprecio y la burla colectiva, inflingida de la forma más degradante posible; su silencio.
Comprendí que aquellas estatuas sin corazón, aquellas máquinas sin sentimientos eran otro fruto amargo e impersonal de la sociedad industrial.
Huí de aquel lugar con la alegría de abandonar su inhospitalidad y con la esperanza de que yo, un simple mortal, podría salvar a la humanidad. 

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