A day in the sea, far away from home a little island is in the horizon.

Land to discover. Place with a small number of habitants but who is waiting for new visitors every day.

Breathe the clean air in the beach, see the blue sky over you head, walk slowly to the lighthouse, and there, take a book in the library and enjoy the moment of calm near the sea.

A beautiful sunset when the day is over is the best gift for the traveler, Alba Island is now in you for ever.

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A procura dun lugar refuxio onde soñar, desconectar… albiscamos unha illa branca e refulxente como a aurora. É a nosa Illa Alba, hai outras illas, algunha do mesmo nome, todas elas custodian segredos e artellan historias.

Lugar encantado que agarda despois de longa travesía. Percorremos ducias de millas imaxinarias antes de chegar, as rachas de forte vento fixéronnos varar na praia. As ondas seguían chegando a area, moldeando os nosos corpos para fundilos e convertelos nun elemento máis.

Bancos de néboa cubrían a superficie. O faro presidía dende o cumio a escea proxectando a súa brilante luz. A súa presenza espertou en nós a curiosidade e a necesidade de calor. Camiñamos cara a construción milenaria que guiaba os nosos pasos para ofrecernos o que imos compartir.

Aquí facemos mención de algúns dos libros que alí foron deixando os seus habitantes, de variada procedencia. Tamén o escrito polas persoas que moraron ou pasaron pola illa para logo seguir outro rumbo. Se chega algunha botella ou pomba con mensaxe nós arquivámolo na biblioteca da Illa dos Sentimentos, Alba.

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El legado de Mogor

Julia miraba por la ventana con desgana. La perspectiva de tener que esperar un día más en aquella zona apartada del mundo además de poco atrayente era tremendamente agobiante. Veinticuatro horas adicionales sin nada que hacer, en tanto el resto del planeta seguía girando, todo avanzaba y se producían noticias importantes y trascendentales que ella, como reportera, quería vivir y contar. No fue más que mala suerte que hacía un par de días se hubiese extraviado una de sus maletas con el pasaporte dentro y que ello la obligara a detenerse en aquel lugar a la espera de que el consulado  le hiciese llegar uno nuevo para poder continuar. Ni siquiera había memorizado el nombre de la población de la que solo sabía que en tiempos había sido punto de paso y avituallamiento de las caravanas que hacían la ruta de la sal, que se extraía más hacia el este, aunque no de los importantes, solo un grupo de construcciones en medio de la inmensidad, escaso refugio para los hombres y sus animales. Lo único que le había fascinado desde su llegada era la alegría de la gente que habitaba aquel lugar, seres humanos que se conformaban y parecían ser felices con bien poco, en tanto los extranjeros llegaban y se marchaban con su bagaje de aburrimiento, indiferencia y materialismo, que en verdad resultaban poco útiles y ejemplares en aquel rincón olvidado de África.

Sabía que al no ser un centro turístico al uso, no habría demasiadas actividades  en las que invertir el tiempo y aún así decidió preguntar en la recepción del hotel antes de resignarse a continuar su tedioso encierro entre aquellas cuatro paredes, hojeando revistas con noticias totalmente desfasadas en el tiempo o viendo antiguos programas de televisión en un idioma que desconocía por completo.

En la planta baja le atendió un joven empleado, que intuyendo una buena propina en divisas, puso la mejor de sus sonrisas y toda su amabilidad en atender a su huésped.

Me gustaría saber-dijo Julia- si podría visitar algún elemento o espacio de interés en la población o sus alrededores.

No hay demasiado a parte de lo típico, ya sabe, tiendas de souvenirs y las danzas que se organizan cuando llegan los grupos de visitantes, a parte de eso, pasear por el mercado y las cantinas son la mejor opción- contesto el recepcionista- somos un país aún joven, con una historia demasiado breve y convulsa tras la descolonización, poco que ofrecer de momento.

¿Quizá alguna historia o leyenda antigua? –aventuró la reportera-

Esta zona nunca ha sido demasiado importante y para serle sincero ha contado poco tanto para lo bueno como lo malo –le respondió su interlocutor- en todo caso si recuerdo que hace mucho se decía que cuando las caravanas del oeste atravesaban aún el poblado rumbo a las minas, a su partida seguían el paso de Mogor donde, si eran piadosos, el guardián les permitía atravesarlo, con lo que ahorraban muchas jornadas de marcha y dar un gran rodeo.

¿Mogor? ¿Donde se encuentra?- pregunto Julia con un atisbo de interés-

A unos diez kilómetros hacia el este de aquí se levanta una impresionante meseta que se dirige al norte y que obliga a los viajeros a bordearla por su extremo sur para poder continuar la marcha, por ejemplo hacia las minas de sal que se encuentran justo al otro lado de ese muro natural y a muchos días de camino.

¿Y el paso? – inquirió de nuevo Julia- a la que la historia comenzaba a atraer.

No se haga ilusiones, lo más probable es que no exista ni nunca lo haya hecho y que solo sean cuentos de viejos junto al fuego, se decía además que el guardián hastiado de ver la ruindad y maldad humana decidió cerrarlo para que nadie más pudiese emplearlo, perdiéndose entonces el conocimiento sobre su ubicación concreta y por lo tanto de su existencia, y así aunque durante siglos siguieron empleándose camellos y la ruta larga para transportar la sal hasta que se construyo la carretera y el túnel que atraviesa la meseta, todo recuerdo e interés por el paso desaparecieron. Pero también le digo: no pierda el tiempo, probablemente es solo un rumor o incluso una invención para atemorizar a los chiquillos cuando se portan mal. En todo caso probablemente nada tangible.

Aún así querría alquilar un vehículo y necesitaría además algo para almorzar –dijo resueltamente Julia- que pagó generosamente aquellos servicios, incluyendo la correspondiente gratificación al empleado del hotel, el cual la recibió con una franca sonrisa de satisfacción.

Subió a preparar la mochila, y al rato, cuando bajó de nuevo, el vehículo estaba a la puerta con las llaves en el contacto dispuesto para partir.

Condujo despacio todo el trayecto hasta toparse con la gran barrera natural que le cerraba el paso y que como le habían indicado seguía una orientación sensiblemente norte-sur. El paso de haber existido no sería muy evidente pues las paredes casi verticales daban una imagen de elemento compacto. Consultó en su teléfono móvil un servicio de ortofotografías aéreas de la zona buscando posibles indicios de brechas transversales en aquel macizo rocoso surgido por el empuje de las fuerzas tectónicas del mismo suelo que ella pisaba. Solo alcanzó a encontrar dos  o tres fisuras que atravesasen de parte a parte aquella mole. Se dirigió a la primera de ellas, pero cuando llegó pudo comprobar que la separación entre las paredes nunca habría permitido el paso de un ser humano y mucho menos entonces de los camellos y su carga. En su segundo intento un poco más al norte observo que si bien la distancia en este caso, no siendo mucha, si sería suficiente para que transitasen a través de ella animales y personas, había un problema y es que al menos la tercera parte de la brecha en su altura estaba cerrada por un alud de tierra y rocas, probablemente originado en alguno los bastante frecuentes movimientos sísmicos que tenían lugar con cierta frecuencia en aquella zona. Como esta parecía su mejor opción hasta el momento decidió que merecía la pena invertir un poco de tiempo en la escalada, una de sus aficiones favoritas. Ascendió no sin dificultad a la cima de aquel tapón natural desde donde comenzó el no menos arriesgado descenso hacia el otro lado. Al llegar a la base se encontró dentro de una especie de callejón de entre 3 y 4 metros de ancho al que llegaba muy poca luz debido a la altura a la que se encontraban los bordes superiores del mismo. Seguramente estaba dentro de una grieta originada con posterioridad a la elevación de la meseta pero que perfectamente podía haber sido empleada como paso si es que mantenía aquellas dimensiones en toda su longitud. El suelo era irregular y se encontraba profusamente cubierto de piedras de todos los tamaños lo cual dificultaría mucho avanzar o incluso podría llegar a impedirlo por completo si alguna de grandes dimensiones ocupase el espacio de la senda. Pensó en dar media vuelta, pero luego lo reconsideró y ya de haber llegado hasta allí quizá mereciese la pena explorar un poco más. Caminó con dificultad siguiendo una ruta que variaba frecuentemente de dirección aunque no de forma brusca, también temerosa de lo que pudiera encontrarse a la vuelta de cada recodo.

Con todo, nada la había preparado para lo que descubrió tras más de una hora de ardua caminata. Mientras la pared sur seguía su traza sensiblemente recta unos cientos de metros más, la norte se fue replegando significativamente hasta definir un anfiteatro natural de considerable dimensión, más si se consideraba la de la vía que le daba acceso.

Encontrar este extraordinario espacio no fue sino la primera de varias sorpresas.

Julia podía asumir que era fácil encontrar tramos de mayor amplitud como suele ocurrir en las cuevas con accesos angostos, pero lo que realmente le hacía mantener los ojos  como platos y la boca abierta era que aquel lugar tan recóndito parecía haber estado habitado y de hecho muchos de sus rasgos evidenciaban la intervención de la mano del hombre. La mayor parte del terreno estaba dividido en bancales delimitados por toscos muros de piedra, y que supuso  se habrían empleado para cultivar, tal y como había visto en muchos de los países que había visitado con anterioridad. Como para confirmar esta impresión escuchó el murmullo del agua corriendo a lo largo de la ladera, y algo más adelante pudo observar que lo hacía sobre unos canales  realizados con pequeñas piezas  pétreas, que al llegar a la cima de cada bancal permitían que el agua bien pudiese continuar su camino o ser desviada al interior interponiendo algún elemento de retención, con el fin de regar las tierras. En este momento el líquido elemento descendía sin oposición desde la cima hasta unas grandes pilas de piedra que rebosaban el líquido sobrante. Al verlas, Julia se dio cuenta que si las caravanas atravesaron este lugar eses serían unos magníficos abrevaderos, y más porque en el extremo este de la meseta se abría un inmenso y cruel desierto, aunque bien es cierto que seguramente no siempre había sido así.

Tan absorta estaba en la contemplación de todo lo que la rodeaba que no advirtió en un primer momento que no estaba sola. Por eso la sobresaltó, descubrir junto a unas pequeñas construcciones situadas en la parte alta, la figura de lo que parecía ser una mujer sentada a la puerta de una de ellas. Julia se dirigió hacia ella temerosa aunque sin poder evitarlo, como si una invisible e irresistible fuerza la arrastrara a subir y avanzar un paso tras otro. Al llegar a su lado, la mujer muy anciana ya, pareció reparar en Julia, se levantó lentamente la miró a los ojos y tomándola suavemente del brazo la invitó a adentrase en aquella precaria vivienda. Julia intentó decir algo,  pero tampoco dominaba ninguno de los dialectos locales, con lo cual la posibilidad de comunicación distinta de la gestual era inservible. El interior estaba fresco en comparación con el calor que comenzaba a hacer fuera. El centro da la estancia estaba ocupada por una tosca mesa de madera y varios taburetes a juego que parecían llevar allí décadas cuando menos. En un rincón había un pequeño fuego sobre el que reposaba un recipiente en el que parecía estar calentándose agua. La situación era un tanto surrealista, pero Julia no podía más que dejarse llevar, todavía profundamente impresionada por aquel inesperado encuentro. La mujer se acercó a una estantería que parecía estar llena de desordenados legajos y tomó unas hojas que luego depositó de forma reverencial sobre la mesa, a continuación tomó un objeto que acercó al fuego, para sorpresa de Julia se trataba de una pequeña lámpara de aceite que de esa forma iluminaba levemente apenas unos palmos a su alrededor, también esta acabó al lado de los papeles al mismo tiempo que una copa de madera en la que la mujer vertió parte del agua caliente y lo que parecían ser hojas picadas de alguna infusión.

Concluidas estas labores la mujer abandonó la estancia y así  Julia  quedó de esta forma sentada y sola formulándose un sinfín de preguntas. Tomó en sus manos aquellos manuscritos y aunque la letra no era demasiado legible descubrió para su sorpresa que estaba escrita en un aceptable inglés.

Mi nombre es Yaminah, nací hace mucho no muy lejos de aquí. Siendo yo aún muy pequeña mis padres fallecieron y así me quedé con apenas seis años al cuidado de mi hermano Malik de diez, el cual desde ese momento se ocupó de mi siendo a un tiempo padre, madre, hermano y mi mejor y casi único amigo. Como éramos muy pobres y huérfanos nos dejaban vivir en la cabaña de los pastores al lado de los cierres del ganado en la parte exterior del poblado. Malik se pasaba del alba al ocaso pastoreando los rebaños de cabras de la gente más pudiente a cambio poco más de las sobras de sus mesas, las cuales compartía conmigo, aunque para hacer honor a la verdad debería decir que me permitía saciarme con la mayor parte de lo obtenido en cuanto el esperaba pacientemente y se conformaba casi con nada. Entonces no pensaba en ello porque era muy joven pero luego me he sobrecogido muchas veces e incluso he llorado al comprender la magnitud y altruismo de su sacrificio para conmigo. A veces una mujer mayor llamada Saaba que no había tenido hijos, venía a ver como estábamos y nos traía algo de comida y ropa,  prácticamente la única que se preocupó por nuestra suerte en aquellos tiempos. Fue ella también, que había asistido a la escuela de una misión inglesa, la que además de las tareas del hogar, me enseño casi todo lo que se refiere a leer y escribir. Malik nunca quiso aprender,  el motivo lo desconozco, aunque si me facilitó el tiempo para que yo pudiese hacerlo, y así a menudo se ocupaba de ayudarme en mis retrasadas tareas aunque llegase agotado y hambriento tras un día duro bajo un sol abrasador. También se ocupó de mi formación a su manera, y a veces cuando le acompañaba al campo, el me enseñaba pacientemente como guiar el rebaño, como seguir un rastro o como emplear la honda o el arco para defenderse de las alimañas. Los otros niños y jóvenes se burlaban de él por su nombre, que significa “rey” o “jefe de la tribu” el que gobierna la Manlaka, y claro siendo como  éramos pobres entre los pobres eso parecía ser muy gracioso. El siempre lo supo llevar con dignidad, y aunque no comprendía las razones para la elección que alguien había hecho de su nombre,  este le gustaba porque era lo único que le permitía soñar con algo mejor que lo que la vida le había deparado hasta el momento.

En este punto debo decir que la mayor parte de lo que relataré a continuación, lo conocí posteriormente por boca de Malik, ya que mi mente confusa y aturdida por los acontecimientos acaecidos no consigue recordar y ordenar ciertos hechos de los que fui  involuntariamente partícipe.

Un día, pasado bastante tiempo desde que vivíamos solos, Malik se levantó como de costumbre al alba, yo estaba despierta y le vi coger sus cosas y acercarse para despedirse y arroparme como era su costumbre, para posteriormente salir a por el ganado. La noche anterior había habido mucho bullicio y algarabía en el poblado ya que una caravana en busca de sal se había detenido a aprovisionarse y descansar, algo que cada vez sucedía con menos frecuencia. Poco después de la marcha de mi hermano me levanté y salí a lavar los escasos enseres a la puerta de nuestra destartalada morada, todo estaba en silencio y cada vez había más luz. Entretenida como estaba no me di cuenta, hasta que fue demasiado tarde, que alguien se acercaba sigilosamente por mi espalda, y unos brazos fuertes me aprisionaban y luego ataban y amordazaban, y así ciega, muda e inmóvil fui cargada como un fardo en un maloliente camello. Durante días de continuo e inútil forcejeo intente liberarme, pero lo cierto es que solo fui un peso muerto alejado de mi hogar, que elevaban al anochecer y descargaban cuando el calor del día comenzaba a hacer estragos e impedía la marcha. No recuerdo mucho más de aquel viaje.

Malik regresó el día de mi rapto a casa bastante tarde, tras dejar las reses a buen recaudo en el cercado pasó a recoger nuestra mísera pitanza y se dirigió a nuestra choza. Extrañado de no encontrarme allí, fue a casa de Saaba esperando que estuviese con ella, pero como no me había visto en todo el día no supo darle razón de mi. Empleó toda una jornada en buscarme en los alrededores y cuando vio que no aparecía intuyó que algo malo me había ocurrido. Sabedor del paso de la caravana, decidió alcanzarla siguiendo una corazonada que tuvo al ver cerca de nuestro hogar unas huellas desconocidas y muy profundas que se alejaban y en las que no había reparado hasta el momento. Solo alguien que cargase con peso u otra persona pisaría de esa forma. Así  pues lleno la bota de cuero con agua fresca y tomó su arco y su honda iniciando una frenética y ardua carrera, ya que a diferencia de mis captores el tenía que viajar siempre de día para no perder el rastro y solo descansar cuando la falta de luz impedía su labor. Totalmente exhausto y a punto de morir deshidratado nos alcanzó solo tres días después de que llegáramos a nuestro destino que no era otro que una de las muchas minas de sal de la zona.

Me vendieron al encargado de la salina, un hombre alto y mal encarado llamado Masoud y  fui encadenada junto a otras personas para extraer aquel recurso cristalino que luego era distribuido a toda la región. Malik me contó que muy a su pesar tuvo que emplear varios días en recuperarse mientras observaba y buscaba una ocasión propicia para rescatarme,  ya que Masoud se hacía acompañar por un pequeño grupo de rufianes que eran los que realmente nos vigilaban. Distrajo como pudo cierta cantidad de comida y agua para poder alimentarse y guardar para, si de alguna forma conseguía liberarme, poder emprender una huída con garantías. La persona que estaba inmediatamente encadenada a mí era un joven un poco mayor que yo llamado Jaali. Se preocupaba mucho por mi e incluso hacía parte de mi trabajo cuando los esbirros de Masoud no miraban para que el cautiverio no me resultase tan penoso. También compartíamos las escasas raciones y esa compañía ayudaba a sobrellevar todo lo malo que nos estaba a suceder.

Una noche sin luna, Malik consiguió apartar un par de camellos de una caravana que estaba a la espera de carga y alejarlos mientras sus propietarios dormían profundamente. Localizó al esbirro que tenía las llaves de nuestros grilletes y que también se encontraba en los brazos de Morfeo y con cuidado se las sustrajo. Se acercó a donde yo me encontraba y me despertó sin hacer apenas ruido, luego probó infructuosamente con multitud de herrumbrosas llaves hasta que consiguió liberarme del hierro que me aprisionaba el pié. Nos dispusimos a marcharnos, ya que el tiempo apremiaba, pero en el último momento le retuve y le pedí que liberase también a Jaali, él que en sus días de vigilancia previa nos había visto en multitud de ocasiones no dudó en complacerme, aunque ambos éramos conscientes  que cuanto más tiempo pasara más posibilidades habría de que alguien nos descubriera, y por desgracia así ocurrió. El celador a quien Malik había desposeído de sus pertenencias despertó de improviso dándose cuenta de la perdida de la mismas y dando la voz de alarma. Todo se convirtió en un caos de gritos, carreras con antorchas y disparos mientras nosotros huíamos a ciegas  tropezando unos con otros en la dirección que Malik nos indicaba. Nos localizaron cuando llegábamos al lugar donde estaban los camellos, los disparos se volvieron más certeros y oímos silbar varias de las balas a nuestro alrededor buscando una presa. Malik impasible derribó certeramente con su honda a dos de los hombres, lo que pareció amedrentar un tanto al resto permitiéndole subir a su camello y azuzarlo para que internase raudo dentro del oscuro manto protector de la noche. También se había asegurado que no pudiesen iniciar la persecución de inmediato para lo que había desatado y espantado sus caballos, lo que les impediría reunirlos durante un tiempo. Los miembros de la caravana ahora despiertos y tremendamente enojados también parecieron oponerse a prestar sus animales conscientes de que ya habían perdido dos valiosas bestias de carga.

No pudimos salvar a nadie más, como he dicho casi ni a nosotros mismos.

Cuando se hizo de día  las cosas empeoraron, Malik estaba herido. Jaali montó en su camello para impedir que cayera en el loco galopar de nuestra fuga, necesitaba que le extrajeran una bala que le había alcanzado y desinfectar la herida, pero no podíamos detenernos a hacerlo mientras huíamos, y tampoco teníamos ni instrumental ni medicinas de ningún tipo. Empeoró a cada jornada que pasaba y temí seriamente por su vida. Tras un tiempo que pareció eterno llegamos a las inmediaciones de nuestro poblado, aunque no podíamos volver a nuestra choza porque si Masoud nos venía persiguiendo sería el primer lugar donde nos buscaría. Nos ocultamos entre la maleza y cuando me aseguré de que Malik descansaba fui al encuentro de Saaba, sabedora de que era la única persona que nos auxiliaría en aquel trance. Nos trajo comida algo de alcohol y una pequeña pieza metálica con la que Jaali improvisó una pinza.  Para mi sorpresa me contó que había sido tiempo antes de ser capturado el ayudante del curandero de su tribu y por ello no le eran desconocidas ni la preparación de pócimas a partir de hierbas ni las heridas corporales, bien fuese por armas u otros motivos. La bala de plomo era una pieza difícil de cobrar, demasiado pequeña y escurridiza, pero que ya había pasado dentro del cuerpo de mi hermano más tiempo del aconsejable y por ello no había más opción que quitarla cuanto antes. El proceso resultó ser duro y doloroso, Malik aguantó lo que pudo mordiendo un trozo de madera que le pusimos entre los dientes, hasta que exhausto terminó desmayándose. Jaali alcanzó por fin la pequeña bola de metal y luego procedió a cauterizar la herida con un hierro candente. Más tarde nos acurrucamos al lado de Malik para ofrecerle el calor de nuestros cuerpos en la fría noche.

Varios días después Malik estaba consciente aunque bastante débil, sabíamos que nuestra situación no era segura pero tampoco teníamos a donde ir y el transportar a una persona convaleciente limitaría mucho cualquier movimiento. Malik nos miró y señaló hacia el este, en principio no comprendimos.

Levantadme –dijo con un hilo de voz- y ayudadme a caminar.

Entre Jaali y yo lo pusimos en pié, nos procuramos agua y con las pocas provisiones con las que contábamos nos dispusimos a seguir el delirio febril de mi hermano. Tras muchas y agónicas horas conseguimos llegar al borde de la meseta. Prácticamente nos derrumbamos en el suelo tras el titánico esfuerzo, pero Malik medio gruñendo nos instó a seguir y comenzó a arrastrarse hacia unos matorrales que crecían en la base de aquel acantilado casi vertical. De repente le vimos desaparecer y temimos por su suerte, nos levantamos y fuimos en su busca descubriendo que la seca vegetación ocultaba lo que parecía la entrada a un pequeño túnel en el que se había internado y al final del cual parecía advertirse luz de día. Le seguimos totalmente perplejos hasta que al otro lado descubrimos una especie de camino tallado en el mismo corazón de la montaña, hacia un lado un montón de escombros impedía avanzar quedando solo libre la ruta hacia el este. Seguimos adelante hasta que llegamos  aquí, a este lugar en el que nos encontramos. Seguro que si en este momento alguien está leyendo estas palabras comparte conmigo el asombro inicial de la contemplación de un espacio tan curioso e inesperado en el mismo corazón de Mogor, del que solo eran conocidas antiguas historias referentes a su guardián, ¿sería esta entonces su morada?.

Todo estaba abandonado y bastante arruinado. En los meses siguientes nuestra primera preocupación fue asegurarnos el sustento y que Malik se recuperase. Jaali y yo nos turnábamos para visitar el poblado y traer a nuestro refugio las pocas cosas de las que Saaba una vez más pudo proveernos sin levantar sospechas; algunos animales, comida y algo de simiente. Contra todo pronóstico salimos adelante, Malik se recuperó despacio aunque afortunadamente por completo. A partir de entonces con tres pares de manos jóvenes y útiles trabajamos duro para recuperar los bancales y rehabilitar aquellas conducciones de aguas tan curiosas y eficientes. Quisimos explorar el otro acceso del paso y descubrimos que al igual que el situado al oeste estaba cerrado, lo cual nos tranquilizó pues Masoud nunca osaría aventurarse en Mogor y menos por tan magra recompensa. Vivimos muy felices los tres durante años cultivando y reconstruyendo nuestro pequeño edén. Jaali se había convertido en alguien imprescindible para mi y aquel inicial compañerismo de penalidades se transformó en algo mucho más fuerte, nos queríamos y éramos dichosos el uno con el otro. Malik bromeaba frecuentemente con la idea de tener pronto sobrinos y nosotros azorados callábamos.

Lo recuerdo como si acabase de suceder ahora mismo aunque lo cierto es que probablemente tengan pasado más de ochenta años de aquello. Malik se sentó tras la cena a la puerta de la cabaña y mientras contemplábamos el espectáculo que el inmenso cielo estrellado nos ofrecía como cada noche nos dijo:

Pronto tendréis que partir.

Pero ¿a donde vamos a ir?- pregunté yo-

Este no es lugar para formar una familia y que crezcan vuestros hijos. Preparadlo todo.

Y sin decir nada más se levantó perdiéndose en medio de la oscuridad.

Quedamos en silencio sin poder decir nada.

No le vimos demasiado en un par de días y cuando regresó traía en la mano una pequeña bolsa que parecía de cuero sin curtir y muy antigua.

No quiero que os vayáis sin nada, aquí tenéis algo que puede que tenga algún valor, idlo vendiendo poco a poco y sin decir donde lo habéis obtenido, en todo caso si no hay más remedio alegar que es una herencia o la dote de Yamilah.

Mientras decía esto desató e cierre y un pequeño montón de hermosas piedras azul claro de desparramaron sobre la mesa.

Miramos sin comprender de donde habían salido pero dispuestos a aceptar aquel regalo que mi hermano nos ofrecía sin hacer más preguntas.

¿Tu no nos acompañas?- pregunté conocedora de la respuesta- Masoud probablemente no nos busque ya.

No -dijo él-  mi sitio está aquí y cuando queráis venir sabed que vuestra compañía será siempre bienvenida.

Lo haremos no lo dudes –dijimos Jaali y yo casi al unísono-

Lo se –dijo mientras esbozaba una tierna y cálida sonrisa en sus labios- pero antes de que partáis quiero enseñaros algo y haceros un último presente.

Nos tomó a ambos de la mano y nos condujo al borde de la ladera  este de nuestro pequeño santuario, cuando llegamos vimos en lo que parece que había estado trabajando recientemente, que no era otra cosa que  despejar lo que parecía un acceso a una gruta. Nos internamos no sin dificultad portando en las manos unas antorchas que Malik había preparado al efecto. Temerosos, le seguimos hasta que se detuvo al final de lo que parecía una amplia sala prendiendo dos antorchas más dispuestas en las paredes de la misma. Nos quedamos atónitos, estábamos en presencia del guardián de Mogor.

Julia en este momento se sobresaltó, toda la historia ya era de por si bastante fantástica pero esto se llevaba la palma, y si no fuera por el lugar en el que estaba y los acontecimientos recientes no hubiese creído ni una sola palabra.

En el poco texto que quedaba en los papeles no se aclaraba mucho más que Yamilah había recibido de manos de su hermano un pequeño collar mientras que  Jaali fue obsequiado con un curioso y brillante colgante que tenía en el anverso el dibujo de una extraña nave y en el reverso una inscripción en una lengua que desconocía y la figura de un ave en pleno vuelo, después ambos partieron tomando como residencia un poblado distinto al suyo donde nadie les conocía y donde gracias a las piedras azules y los conocimientos que habían adquirido en aquel tiempo, pudieron llevar una existencia tranquila y confortable en compañía de los varios hijos que concibieron, visitando a Malik con cierta regularidad, el cual por fin parecía haberse encontrado con su destino y llegar a ser el señor de su Manlaka tal y como parecía predecir desde siempre su nombre.

Cuando Malik ya anciano supo que le quedaba poco tiempo de vida llamó a Yamilah y a Jaali para que le acompañasen en sus últimos momentos, instruyéndolos en las muchas cosas que había aprendido con los años, algunas confirmadas a través de cosas que Yamilah había seguido indagando y aprendiendo y de las que luego hablaban cada vez que se reunían, todo para intentar comprender su papel y la razón de ser de aquel lugar que había sido su salvación. El manuscrito terminaba de la siguiente forma:

Mis últimas palabras, ahora que soy una anciana, son para recordar a las personas que más he querido: mi compañero Jaali mis hijas e hijos y sobre todo mi hermano Malik que por mi bienestar lo dio siempre todo a costa incluso del suyo propio. Jaali y Malik hace tiempo que han partido para ese viaje sin retorno al que pronto me uniré. Me he despedido de nuestros pequeños que ahora se han convertido en personas de bien y viven felices con sus propias familias y he vuelto para  dejar constancia de esta pequeña historia que se ha encadenado a las muchas que la precedieron en este lugar. Sobre mi pecho llevo aún el collar de plata con las tres piedras azules redondas que Malik nos entrego, y al igual que Jaali hizo con el suyo, siempre fueron nuestro bien más preciado, y aunque desde un principio entendimos que no nos correspondiesen por derecho el azar quiso que fuésemos temporalmente sus portadores.

Al final del texto había una fecha borrosa y completamente ilegible.

Julia se levantó entumecida y perpleja a partes iguales por todo lo sucedido, aunque a decir verdad la infusión que había bebido mientras leía le resultó tremendamente reconfortante.

Salió al exterior y vio a la mujer que pacientemente la esperaba y que le indicó  que la siguiese, ella lo hizo sin dudarlo barruntando de antemano cual era el destino de sus pasos. Se encaminaron con lentitud al fondo de la ladera oeste del anfiteatro donde descubrió la entrada de la cueva bastante más despejada de lo que Yamilah había mencionado, posiblemente porque Malik se habría ocupado de la pesada labor de destierro a lo largo de sus muchos años de soledad. Su acompañante se detuvo en el umbral invitándola sin palabras a que entrara. Afortunadamente Julia había llevado su linterna y aunque la oscuridad no era completa, esto le permitió avanzar con menos dificultad. Estaba claro que aunque aquella era una formación natural la mano del hombre también había intervenido acondicionando al menos en parte aquel lugar, ya que las pareces era sensiblemente perpendiculares unas a otras en tanto el techo conservaba su rugosidad primigenia aunque se elevaba por momentos a medida que uno se internaba en su interior.

Distraída como estaba contemplando todo aquello no pudo evitar tropezar con un inesperado obstáculo ubicado en el mismo medio de su camino. El repentino dolor la hizo volver de golpe a la realidad y sentarse a masajear su miembro lastimado. Mas calmada se incorporó escrutando a su atacante sin dar crédito a lo que vía. Recordaba haber contemplado algo muy similar en algún museo europeo y hojeado imágenes en libros de historia antigua. Sobre el suelo se erguía un paralelepídedo de piedra de unos sesenta centímetros de alto con molduras en su parte superior e inferior y lo más sorprendente era que contenía inscripciones grabadas. Miró a la pared del fondo  y descubrió dos nichos perfectamente tallados en la roca que contenían sendas urnas, bajo ellas dos placas con unos nombres que la dejaron si cabe más asombrada y la devolvieron a su época de secundaria. Por lo poco que recordaba de aquella lengua muerta que había estudiado estaba ante la última morada de Cayo Marcio y Livia Claudia. Nada parecía tener sentido, siguió revisando la sala en busca de respuestas a las muchas cuestiones que se le formulaban, en una de las paredes laterales había muchos más nichos pero de factura más tosca y que en este caso permitían que descansase un cuerpo tendido a lo largo de la pared. Todos ellos estaban cerrados con losas aunque sin inscripciones, en el lado opuesto solo había tres ocupados, en cada uno de los laterales un nombre: Malik, Jaali,  Yaminah. Julia confusa decidió examinar el texto de la pieza con la que había colisionado para saber si eso le aclaraba más cosas. Aquel hito parecía ser  un ara votiva dedicada a Júpiter por el centurión romano Cayo Marcio de la segunda cohorte de la Legio III Cyrenaica. Eso pensó Julia tenía poco sentido, la Cirenaica era una provincia romana del norte de África que ocuparía lo que hoy es el oriente de Libia, por lo tanto no parecía muy probable que una centuria romana hubiese llegado tan al sur, a no ser claro está para inspeccionar las minas de sal y garantizar que a su retaguardia no hubiese enemigos potenciales. A este sorprendente descubrimiento le sucedió otro que no lo era menos, en una de las esquinas, apoyadas y cubiertas de polvo encontró lo que parecían las piezas principales de un uniforme militar romano; el casco con la crista que distinguía a los centuriones de sus tropas, la coraza articulada o lorica  y la espada corta o gladius en su vaina.

Julia se sentía superada por momentos por los acontecimientos, ya era difícil de asimilar la historia de Yamilah y la presencia de la anciana y ahora todo esto. Así que Malik había encontrado por casualidad la tumba de un centurión romano que por alguna desconocida razón había decidido permanecer en Mogor con su acompañante para lo cual se le ocurrían dos posibilidades, o bien que su centuria hubiese sido diezmada y ellos fuesen los únicos supervivientes, o que voluntariamente hubiesen decidido cumplir alguna misión de su legado ofreciéndose a custodiar aquel paso mientras encomendaba a su optio o lugarteniente que condujese a sus hombres de regreso al norte para nunca más volver. Eso, ya de por si raro, podía tener algún sentido a la luz de la información que había visto y de las muchas y complejas obras realizadas en el entorno del anfiteatro que de alguna manera hubiesen requerido el concurso de un cierto número de operarios disciplinados durante un período no desdeñable de tiempo, pero entonces ¿quienes eran los ocupantes de los nichos sin nombre? La explicación más inmediata que se le ocurría es que al convertirse el paso en estratégico, bien los descendientes de Cayo Marcio y Livia Claudia si los hubo, u otras personas con posterioridad asumiesen el compromiso de custodiar aquel lugar hasta el fin de sus días. En cuanto a porque se había interrumpido la circulación de las caravanas, lo más plausible es que un terremoto ocasionase el derrumbe de los accesos y de la entrada a la cueva, aunque  tampoco se podía descartar que fuese provocado de algún modo. En definitiva demasiadas suposiciones y muy escasos aunque sorprendentes datos para verificarlas.

Julia salió al exterior cuando el sol comenzaba a ponerse y observó como la orientación de la gruta permitiría el paso de los rayos solares a su interior al amanecer hasta posiblemente alcanzar el ara.

Estaba terriblemente agotada física y mentalmente y sabía que tenía que regresar pronto o no sortearía con éxito un camino  con tantos obstáculos desconocidos  al final del cual aún quedaría escalar y descender de nuevo el derrumbe que cerraba la entrada, algo que no quería intentar a oscuras bajo ningún concepto. Buscó sin éxito a su anfitriona para despedirse de ella, pero no pudo hallarla, y emprendió el retorno. Se sorprendió cuando la descubrió de pie al final del camino justo ante el montículo de tierra y rocas.

Julia no pudo evitar algo que le rondaba la cabeza desde hacía un buen rato.

Yamilah?-preguntó- señalando hacia ella.

La mujer sonrió y luego negó con un suave movimiento de cabeza. En sus manos tenía un pequeño collar de plata en el que destacaban tres piezas de turquesa azul claro montadas sobre soportes circulares que puso en el cuello de Julia, esta comprendió que probablemente aquella joya hubiese pertenecido a Livia Claudia originariamente y que luego Malik regaló a Yamilah y que esta la trajo de vuelta consigo a su regreso a Mogor.

Tras ofrecer el presente la mujer se agachó indicando una grieta en la pared que por su dimensión apenas permitiría el paso de una persona. Julia se dio cuenta que probablemente sería la boca del túnel que Malik había descubierto, según el manuscrito de Yamilah, siguiendo a una cabra que se había extraviado en el.

Al volverse Julia para agradecer a la mujer todo lo que le había mostrado observó que había desaparecido. Se hacía de noche y la soledad del lugar ahora la asustaba un poco, salió al exterior y cogió el vehículo encaminándose hacia el hotel y la civilización sin saber muy bien si había vivido o solo soñado aquel día.

Durmió placidamente soñando con caravanas, cohortes romanas y todas aquellas mujeres que habían demostrado su valor y entrega desde Livia Claudia renunciando a la vuelta a una vida de lujo y placeres en cualquier civitas romana, a Yamilah que nunca olvidó a su hermano y que se preocupó por el hasta el final en atención a sus desvelos por ella, o aquella misteriosa mujer que sin palabras le había revelado una historia de siglos en apenas unas horas. Así pues, ellas y ellos los nombrados y los anónimos fueron parte de una historia que terminó convirtiéndose en leyenda.

Por la mañana se levantó aún un poco cansada y confusa, el pasaporte había llegado y podía continuar su viaje. En lo primero que pensó fue en llamar a su hermana con la que discutía frecuentemente, hoy sería ella quien pediría perdón, era un buen momento para hacer las paces y procuraría visitarla más a menudo.


Luego de pagar la cuenta subió al autobús que la llevaría para siempre lejos de aquellas tierras, mientras se alejaba pudo contemplar de nuevo el contorno de la omnipresente meseta, no pudo evitar que su mano se deslizase por el cuello y palpar el collar bajo la blusa, tampoco echar la vista atrás e imaginar que Livia Claudia, Cayo Marcio, Yaminah, Malik y Jaali salían a despedirla y a recordarle el deber comprometido tácitamente de proteger los secretos revelados, tal y como habían hecho todos y cada uno de los guardianes de Mogor.

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