Julia miraba por la
ventana con desgana. La perspectiva de tener que esperar un día más en aquella
zona apartada del mundo además de poco atrayente era tremendamente agobiante.
Veinticuatro horas adicionales sin nada que hacer, en tanto el resto del
planeta seguía girando, todo avanzaba y se producían noticias importantes y
trascendentales que ella, como reportera, quería vivir y contar. No fue más que
mala suerte que hacía un par de días se hubiese extraviado una de sus maletas
con el pasaporte dentro y que ello la obligara a detenerse en aquel lugar a la
espera de que el consulado le hiciese
llegar uno nuevo para poder continuar. Ni siquiera había memorizado el nombre
de la población de la que solo sabía que en tiempos había sido punto de paso y
avituallamiento de las caravanas que hacían la ruta de la sal, que se extraía
más hacia el este, aunque no de los importantes, solo un grupo de
construcciones en medio de la inmensidad, escaso refugio para los hombres y sus
animales. Lo único que le había fascinado desde su llegada era la alegría de la
gente que habitaba aquel lugar, seres humanos que se conformaban y parecían ser
felices con bien poco, en tanto los extranjeros llegaban y se marchaban con su
bagaje de aburrimiento, indiferencia y materialismo, que en verdad resultaban
poco útiles y ejemplares en aquel rincón olvidado de África.
Sabía que al no ser un
centro turístico al uso, no habría demasiadas actividades en las que invertir el tiempo y aún así
decidió preguntar en la recepción del hotel antes de resignarse a continuar su
tedioso encierro entre aquellas cuatro paredes, hojeando revistas con noticias
totalmente desfasadas en el tiempo o viendo antiguos programas de televisión en
un idioma que desconocía por completo.
En la planta baja le
atendió un joven empleado, que intuyendo una buena propina en divisas, puso la
mejor de sus sonrisas y toda su amabilidad en atender a su huésped.
Me gustaría saber-dijo
Julia- si podría visitar algún elemento o espacio de interés en la población o
sus alrededores.
No hay demasiado a parte
de lo típico, ya sabe, tiendas de souvenirs y las danzas que se organizan
cuando llegan los grupos de visitantes, a parte de eso, pasear por el mercado y
las cantinas son la mejor opción- contesto el recepcionista- somos un país aún
joven, con una historia demasiado breve y convulsa tras la descolonización,
poco que ofrecer de momento.
¿Quizá alguna historia o
leyenda antigua? –aventuró la reportera-
Esta zona nunca ha sido
demasiado importante y para serle sincero ha contado poco tanto para lo bueno
como lo malo –le respondió su interlocutor- en todo caso si recuerdo que hace
mucho se decía que cuando las caravanas del oeste atravesaban aún el poblado
rumbo a las minas, a su partida seguían el paso de Mogor donde, si eran
piadosos, el guardián les permitía atravesarlo, con lo que ahorraban muchas
jornadas de marcha y dar un gran rodeo.
¿Mogor? ¿Donde se
encuentra?- pregunto Julia con un atisbo de interés-
A unos diez kilómetros
hacia el este de aquí se levanta una impresionante meseta que se dirige al
norte y que obliga a los viajeros a bordearla por su extremo sur para poder
continuar la marcha, por ejemplo hacia las minas de sal que se encuentran justo
al otro lado de ese muro natural y a muchos días de camino.
¿Y el paso? – inquirió
de nuevo Julia- a la que la historia comenzaba a atraer.
No se haga ilusiones, lo
más probable es que no exista ni nunca lo haya hecho y que solo sean cuentos de
viejos junto al fuego, se decía además que el guardián hastiado de ver la
ruindad y maldad humana decidió cerrarlo para que nadie más pudiese emplearlo,
perdiéndose entonces el conocimiento sobre su ubicación concreta y por lo tanto
de su existencia, y así aunque durante siglos siguieron empleándose camellos y
la ruta larga para transportar la sal hasta que se construyo la carretera y el
túnel que atraviesa la meseta, todo recuerdo e interés por el paso
desaparecieron. Pero también le digo: no pierda el tiempo, probablemente es
solo un rumor o incluso una invención para atemorizar a los chiquillos cuando
se portan mal. En todo caso probablemente nada tangible.
Aún así querría alquilar
un vehículo y necesitaría además algo para almorzar –dijo resueltamente Julia- que
pagó generosamente aquellos servicios, incluyendo la correspondiente
gratificación al empleado del hotel, el cual la recibió con una franca sonrisa
de satisfacción.
Subió a preparar la
mochila, y al rato, cuando bajó de nuevo, el vehículo estaba a la puerta con
las llaves en el contacto dispuesto para partir.
Condujo despacio todo el
trayecto hasta toparse con la gran barrera natural que le cerraba el paso y que
como le habían indicado seguía una orientación sensiblemente norte-sur. El paso
de haber existido no sería muy evidente pues las paredes casi verticales daban
una imagen de elemento compacto. Consultó en su teléfono móvil un servicio de
ortofotografías aéreas de la zona buscando posibles indicios de brechas
transversales en aquel macizo rocoso surgido por el empuje de las fuerzas
tectónicas del mismo suelo que ella pisaba. Solo alcanzó a encontrar dos o tres fisuras que atravesasen de parte a
parte aquella mole. Se dirigió a la primera de ellas, pero cuando llegó pudo
comprobar que la separación entre las paredes nunca habría permitido el paso de
un ser humano y mucho menos entonces de los camellos y su carga. En su segundo
intento un poco más al norte observo que si bien la distancia en este caso, no
siendo mucha, si sería suficiente para que transitasen a través de ella
animales y personas, había un problema y es que al menos la tercera parte de la
brecha en su altura estaba cerrada por un alud de tierra y rocas, probablemente
originado en alguno los bastante frecuentes movimientos sísmicos que tenían
lugar con cierta frecuencia en aquella zona. Como esta parecía su mejor opción
hasta el momento decidió que merecía la pena invertir un poco de tiempo en la
escalada, una de sus aficiones favoritas. Ascendió no sin dificultad a la cima
de aquel tapón natural desde donde comenzó el no menos arriesgado descenso
hacia el otro lado. Al llegar a la base se encontró dentro de una especie de
callejón de entre 3 y 4
metros de ancho al que llegaba muy poca luz debido a la
altura a la que se encontraban los bordes superiores del mismo. Seguramente estaba
dentro de una grieta originada con posterioridad a la elevación de la meseta
pero que perfectamente podía haber sido empleada como paso si es que mantenía
aquellas dimensiones en toda su longitud. El suelo era irregular y se encontraba
profusamente cubierto de piedras de todos los tamaños lo cual dificultaría
mucho avanzar o incluso podría llegar a impedirlo por completo si alguna de
grandes dimensiones ocupase el espacio de la senda. Pensó en dar media vuelta,
pero luego lo reconsideró y ya de haber llegado hasta allí quizá mereciese la
pena explorar un poco más. Caminó con dificultad siguiendo una ruta que variaba
frecuentemente de dirección aunque no de forma brusca, también temerosa de lo
que pudiera encontrarse a la vuelta de cada recodo.
Con todo, nada la había
preparado para lo que descubrió tras más de una hora de ardua caminata.
Mientras la pared sur seguía su traza sensiblemente recta unos cientos de
metros más, la norte se fue replegando significativamente hasta definir un anfiteatro
natural de considerable dimensión, más si se consideraba la de la vía que le
daba acceso.
Encontrar este
extraordinario espacio no fue sino la primera de varias sorpresas.
Julia podía asumir que
era fácil encontrar tramos de mayor amplitud como suele ocurrir en las cuevas
con accesos angostos, pero lo que realmente le hacía mantener los ojos como platos y la boca abierta era que aquel
lugar tan recóndito parecía haber estado habitado y de hecho muchos de sus
rasgos evidenciaban la intervención de la mano del hombre. La mayor parte del
terreno estaba dividido en bancales delimitados por toscos muros de piedra, y
que supuso se habrían empleado para
cultivar, tal y como había visto en muchos de los países que había visitado con
anterioridad. Como para confirmar esta impresión escuchó el murmullo del agua
corriendo a lo largo de la ladera, y algo más adelante pudo observar que lo
hacía sobre unos canales realizados con
pequeñas piezas pétreas, que al llegar a
la cima de cada bancal permitían que el agua bien pudiese continuar su camino o
ser desviada al interior interponiendo algún elemento de retención, con el fin
de regar las tierras. En este momento el líquido elemento descendía sin
oposición desde la cima hasta unas grandes pilas de piedra que rebosaban el
líquido sobrante. Al verlas, Julia se dio cuenta que si las caravanas
atravesaron este lugar eses serían unos magníficos abrevaderos, y más porque en
el extremo este de la meseta se abría un inmenso y cruel desierto, aunque bien
es cierto que seguramente no siempre había sido así.
Tan absorta estaba en la
contemplación de todo lo que la rodeaba que no advirtió en un primer momento
que no estaba sola. Por eso la sobresaltó, descubrir junto a unas pequeñas
construcciones situadas en la parte alta, la figura de lo que parecía ser una
mujer sentada a la puerta de una de ellas. Julia se dirigió hacia ella temerosa
aunque sin poder evitarlo, como si una invisible e irresistible fuerza la
arrastrara a subir y avanzar un paso tras otro. Al llegar a su lado, la mujer
muy anciana ya, pareció reparar en Julia, se levantó lentamente la miró a los
ojos y tomándola suavemente del brazo la invitó a adentrase en aquella precaria
vivienda. Julia intentó decir algo, pero
tampoco dominaba ninguno de los dialectos locales, con lo cual la posibilidad
de comunicación distinta de la gestual era inservible. El interior estaba
fresco en comparación con el calor que comenzaba a hacer fuera. El centro da la
estancia estaba ocupada por una tosca mesa de madera y varios taburetes a juego
que parecían llevar allí décadas cuando menos. En un rincón había un pequeño
fuego sobre el que reposaba un recipiente en el que parecía estar calentándose
agua. La situación era un tanto surrealista, pero Julia no podía más que
dejarse llevar, todavía profundamente impresionada por aquel inesperado
encuentro. La mujer se acercó a una estantería que parecía estar llena de
desordenados legajos y tomó unas hojas que luego depositó de forma reverencial
sobre la mesa, a continuación tomó un objeto que acercó al fuego, para sorpresa
de Julia se trataba de una pequeña lámpara de aceite que de esa forma iluminaba
levemente apenas unos palmos a su alrededor, también esta acabó al lado de los
papeles al mismo tiempo que una copa de madera en la que la mujer vertió parte
del agua caliente y lo que parecían ser hojas picadas de alguna infusión.
Concluidas estas labores
la mujer abandonó la estancia y así
Julia quedó de esta forma sentada
y sola formulándose un sinfín de preguntas. Tomó en sus manos aquellos
manuscritos y aunque la letra no era demasiado legible descubrió para su
sorpresa que estaba escrita en un aceptable inglés.
Mi nombre es Yaminah, nací hace mucho no muy lejos de
aquí. Siendo yo aún muy pequeña mis padres fallecieron y así me quedé con
apenas seis años al cuidado de mi hermano Malik de diez, el cual desde ese
momento se ocupó de mi siendo a un tiempo padre, madre, hermano y mi mejor y
casi único amigo. Como éramos muy pobres y huérfanos nos dejaban vivir en la
cabaña de los pastores al lado de los cierres del ganado en la parte exterior
del poblado. Malik se pasaba del alba al ocaso pastoreando los rebaños de
cabras de la gente más pudiente a cambio poco más de las sobras de sus mesas,
las cuales compartía conmigo, aunque para hacer honor a la verdad debería decir
que me permitía saciarme con la mayor parte de lo obtenido en cuanto el
esperaba pacientemente y se conformaba casi con nada. Entonces no pensaba en
ello porque era muy joven pero luego me he sobrecogido muchas veces e incluso
he llorado al comprender la magnitud y altruismo de su sacrificio para conmigo.
A veces una mujer mayor llamada Saaba que no había tenido hijos, venía a ver
como estábamos y nos traía algo de comida y ropa, prácticamente la única que se preocupó por
nuestra suerte en aquellos tiempos. Fue ella también, que había asistido a la
escuela de una misión inglesa, la que además de las tareas del hogar, me enseño
casi todo lo que se refiere a leer y escribir. Malik nunca quiso
aprender, el motivo lo desconozco, aunque si me facilitó el tiempo para
que yo pudiese hacerlo, y así a menudo se ocupaba de ayudarme en mis retrasadas
tareas aunque llegase agotado y hambriento tras un día duro bajo un sol
abrasador. También se ocupó de mi formación a su manera, y a veces cuando le
acompañaba al campo, el me enseñaba pacientemente como guiar el rebaño, como
seguir un rastro o como emplear la honda o el arco para defenderse de las
alimañas. Los otros niños y jóvenes se burlaban de él por su nombre, que significa
“rey” o “jefe de la tribu” el que gobierna la Manlaka, y claro siendo
como éramos pobres entre los pobres eso
parecía ser muy gracioso. El siempre lo supo llevar con dignidad, y aunque no
comprendía las razones para la elección que alguien había hecho de su nombre, este le gustaba porque era lo único que le
permitía soñar con algo mejor que lo que la vida le había deparado hasta el
momento.
En este punto debo decir que la mayor parte de lo que
relataré a continuación, lo conocí posteriormente por boca de Malik, ya que mi
mente confusa y aturdida por los acontecimientos acaecidos no consigue recordar
y ordenar ciertos hechos de los que fui
involuntariamente partícipe.
Un día, pasado bastante tiempo desde que vivíamos solos,
Malik se levantó como de costumbre al alba, yo estaba despierta y le vi coger
sus cosas y acercarse para despedirse y arroparme como era su costumbre, para
posteriormente salir a por el ganado. La noche anterior había habido mucho
bullicio y algarabía en el poblado ya que una caravana en busca de sal se había
detenido a aprovisionarse y descansar, algo que cada vez sucedía con menos
frecuencia. Poco después de la marcha de mi hermano me levanté y salí a lavar
los escasos enseres a la puerta de nuestra destartalada morada, todo estaba en
silencio y cada vez había más luz. Entretenida como estaba no me di cuenta,
hasta que fue demasiado tarde, que alguien se acercaba sigilosamente por mi
espalda, y unos brazos fuertes me aprisionaban y luego ataban y amordazaban, y
así ciega, muda e inmóvil fui cargada como un fardo en un maloliente camello.
Durante días de continuo e inútil forcejeo intente liberarme, pero lo cierto es
que solo fui un peso muerto alejado de mi hogar, que elevaban al anochecer y
descargaban cuando el calor del día comenzaba a hacer estragos e impedía la
marcha. No recuerdo mucho más de aquel viaje.
Malik regresó el día de mi rapto a casa bastante tarde,
tras dejar las reses a buen recaudo en el cercado pasó a recoger nuestra mísera
pitanza y se dirigió a nuestra choza. Extrañado de no encontrarme allí, fue a
casa de Saaba esperando que estuviese con ella, pero como no me había visto en
todo el día no supo darle razón de mi. Empleó toda una jornada en buscarme en
los alrededores y cuando vio que no aparecía intuyó que algo malo me había
ocurrido. Sabedor del paso de la caravana, decidió alcanzarla siguiendo una
corazonada que tuvo al ver cerca de nuestro hogar unas huellas desconocidas y
muy profundas que se alejaban y en las que no había reparado hasta el momento.
Solo alguien que cargase con peso u otra persona pisaría de esa forma. Así pues lleno la bota de cuero con agua fresca y
tomó su arco y su honda iniciando una frenética y ardua carrera, ya que a
diferencia de mis captores el tenía que viajar siempre de día para no perder el
rastro y solo descansar cuando la falta de luz impedía su labor. Totalmente
exhausto y a punto de morir deshidratado nos alcanzó solo tres días después de
que llegáramos a nuestro destino que no era otro que una de las muchas minas de
sal de la zona.
Me vendieron al encargado de la salina, un hombre alto y
mal encarado llamado Masoud y fui
encadenada junto a otras personas para extraer aquel recurso cristalino que
luego era distribuido a toda la región. Malik me contó que muy a su pesar tuvo
que emplear varios días en recuperarse mientras observaba y buscaba una ocasión
propicia para rescatarme, ya que Masoud
se hacía acompañar por un pequeño grupo de rufianes que eran los que realmente
nos vigilaban. Distrajo como pudo cierta cantidad de comida y agua para poder
alimentarse y guardar para, si de alguna forma conseguía liberarme, poder
emprender una huída con garantías. La persona que estaba inmediatamente
encadenada a mí era un joven un poco mayor que yo llamado Jaali. Se preocupaba
mucho por mi e incluso hacía parte de mi trabajo cuando los esbirros de Masoud
no miraban para que el cautiverio no me resultase tan penoso. También
compartíamos las escasas raciones y esa compañía ayudaba a sobrellevar todo lo
malo que nos estaba a suceder.
Una noche sin luna, Malik consiguió apartar un par de
camellos de una caravana que estaba a la espera de carga y alejarlos mientras
sus propietarios dormían profundamente. Localizó al esbirro que tenía las
llaves de nuestros grilletes y que también se encontraba en los brazos de
Morfeo y con cuidado se las sustrajo. Se acercó a donde yo me encontraba y me
despertó sin hacer apenas ruido, luego probó infructuosamente con multitud de
herrumbrosas llaves hasta que consiguió liberarme del hierro que me aprisionaba
el pié. Nos dispusimos a marcharnos, ya que el tiempo apremiaba, pero en el
último momento le retuve y le pedí que liberase también a Jaali, él que en sus
días de vigilancia previa nos había visto en multitud de ocasiones no dudó en
complacerme, aunque ambos éramos conscientes
que cuanto más tiempo pasara más posibilidades habría de que alguien nos
descubriera, y por desgracia así ocurrió. El celador a quien Malik había
desposeído de sus pertenencias despertó de improviso dándose cuenta de la
perdida de la mismas y dando la voz de alarma. Todo se convirtió en un caos de
gritos, carreras con antorchas y disparos mientras nosotros huíamos a ciegas tropezando unos con otros en la dirección que
Malik nos indicaba. Nos localizaron cuando llegábamos al lugar donde estaban
los camellos, los disparos se volvieron más certeros y oímos silbar varias de
las balas a nuestro alrededor buscando una presa. Malik impasible derribó
certeramente con su honda a dos de los hombres, lo que pareció amedrentar un
tanto al resto permitiéndole subir a su camello y azuzarlo para que internase
raudo dentro del oscuro manto protector de la noche. También se había asegurado
que no pudiesen iniciar la persecución de inmediato para lo que había desatado
y espantado sus caballos, lo que les impediría reunirlos durante un tiempo. Los
miembros de la caravana ahora despiertos y tremendamente enojados también
parecieron oponerse a prestar sus animales conscientes de que ya habían perdido
dos valiosas bestias de carga.
No pudimos salvar a nadie más, como he dicho casi ni a
nosotros mismos.
Cuando se hizo de día
las cosas empeoraron, Malik estaba herido. Jaali montó en su camello
para impedir que cayera en el loco galopar de nuestra fuga, necesitaba que le
extrajeran una bala que le había alcanzado y desinfectar la herida, pero no
podíamos detenernos a hacerlo mientras huíamos, y tampoco teníamos ni
instrumental ni medicinas de ningún tipo. Empeoró a cada jornada que pasaba y
temí seriamente por su vida. Tras un tiempo que pareció eterno llegamos a las
inmediaciones de nuestro poblado, aunque no podíamos volver a nuestra choza
porque si Masoud nos venía persiguiendo sería el primer lugar donde nos
buscaría. Nos ocultamos entre la maleza y cuando me aseguré de que Malik
descansaba fui al encuentro de Saaba, sabedora de que era la única persona que
nos auxiliaría en aquel trance. Nos trajo comida algo de alcohol y una pequeña
pieza metálica con la que Jaali improvisó una pinza. Para mi sorpresa me contó que había sido
tiempo antes de ser capturado el ayudante del curandero de su tribu y por ello
no le eran desconocidas ni la preparación de pócimas a partir de hierbas ni las
heridas corporales, bien fuese por armas u otros motivos. La bala de plomo era
una pieza difícil de cobrar, demasiado pequeña y escurridiza, pero que ya había
pasado dentro del cuerpo de mi hermano más tiempo del aconsejable y por ello no
había más opción que quitarla cuanto antes. El proceso resultó ser duro y
doloroso, Malik aguantó lo que pudo mordiendo un trozo de madera que le pusimos
entre los dientes, hasta que exhausto terminó desmayándose. Jaali alcanzó por
fin la pequeña bola de metal y luego procedió a cauterizar la herida con un
hierro candente. Más tarde nos acurrucamos al lado de Malik para ofrecerle el
calor de nuestros cuerpos en la fría noche.
Varios días después Malik estaba consciente aunque
bastante débil, sabíamos que nuestra situación no era segura pero tampoco
teníamos a donde ir y el transportar a una persona convaleciente limitaría
mucho cualquier movimiento. Malik nos miró y señaló hacia el este, en principio
no comprendimos.
Levantadme –dijo con un hilo de voz- y ayudadme a
caminar.
Entre Jaali y yo lo pusimos en pié, nos procuramos agua y
con las pocas provisiones con las que contábamos nos dispusimos a seguir el
delirio febril de mi hermano. Tras muchas y agónicas horas conseguimos llegar
al borde de la meseta. Prácticamente nos derrumbamos en el suelo tras el
titánico esfuerzo, pero Malik medio gruñendo nos instó a seguir y comenzó a
arrastrarse hacia unos matorrales que crecían en la base de aquel acantilado
casi vertical. De repente le vimos desaparecer y temimos por su suerte, nos
levantamos y fuimos en su busca descubriendo que la seca vegetación ocultaba lo
que parecía la entrada a un pequeño túnel en el que se había internado y al
final del cual parecía advertirse luz de día. Le seguimos totalmente perplejos hasta
que al otro lado descubrimos una especie de camino tallado en el mismo corazón
de la montaña, hacia un lado un montón de escombros impedía avanzar quedando
solo libre la ruta hacia el este. Seguimos adelante hasta que llegamos aquí, a este lugar en el que nos encontramos.
Seguro que si en este momento alguien está leyendo estas palabras comparte
conmigo el asombro inicial de la contemplación de un espacio tan curioso e
inesperado en el mismo corazón de Mogor, del que solo eran conocidas antiguas historias
referentes a su guardián, ¿sería esta entonces su morada?.
Todo estaba abandonado y bastante arruinado. En los meses
siguientes nuestra primera preocupación fue asegurarnos el sustento y que Malik
se recuperase. Jaali y yo nos turnábamos para visitar el poblado y traer a
nuestro refugio las pocas cosas de las que Saaba una vez más pudo proveernos
sin levantar sospechas; algunos animales, comida y algo de simiente. Contra
todo pronóstico salimos adelante, Malik se recuperó despacio aunque
afortunadamente por completo. A partir de entonces con tres pares de manos
jóvenes y útiles trabajamos duro para recuperar los bancales y rehabilitar aquellas
conducciones de aguas tan curiosas y eficientes. Quisimos explorar el otro
acceso del paso y descubrimos que al igual que el situado al oeste estaba
cerrado, lo cual nos tranquilizó pues Masoud nunca osaría aventurarse en Mogor
y menos por tan magra recompensa. Vivimos muy felices los tres durante años
cultivando y reconstruyendo nuestro pequeño edén. Jaali se había convertido en
alguien imprescindible para mi y aquel inicial compañerismo de penalidades se
transformó en algo mucho más fuerte, nos queríamos y éramos dichosos el
uno con el otro. Malik bromeaba frecuentemente con la idea de tener pronto
sobrinos y nosotros azorados callábamos.
Lo recuerdo como si acabase de suceder ahora mismo aunque
lo cierto es que probablemente tengan pasado más de ochenta años de aquello.
Malik se sentó tras la cena a la puerta de la cabaña y mientras contemplábamos
el espectáculo que el inmenso cielo estrellado nos ofrecía como cada noche nos
dijo:
Pronto tendréis que partir.
Pero ¿a donde vamos a ir?- pregunté yo-
Este no es lugar para formar una familia y que crezcan
vuestros hijos. Preparadlo todo.
Y sin decir nada más se levantó perdiéndose en medio de
la oscuridad.
Quedamos en silencio sin poder decir nada.
No le vimos demasiado en un par de días y cuando regresó
traía en la mano una pequeña bolsa que parecía de cuero sin curtir y muy
antigua.
No quiero que os vayáis sin nada, aquí tenéis algo que
puede que tenga algún valor, idlo vendiendo poco a poco y sin decir donde lo
habéis obtenido, en todo caso si no hay más remedio alegar que es una herencia
o la dote de Yamilah.
Mientras decía esto desató e cierre y un pequeño montón
de hermosas piedras azul claro de desparramaron sobre la mesa.
Miramos sin comprender de donde habían salido pero
dispuestos a aceptar aquel regalo que mi hermano nos ofrecía sin hacer más
preguntas.
¿Tu no nos acompañas?- pregunté conocedora de la
respuesta- Masoud probablemente no nos busque ya.
No -dijo él- mi
sitio está aquí y cuando queráis venir sabed que vuestra compañía será siempre
bienvenida.
Lo haremos no lo dudes –dijimos Jaali y yo casi al
unísono-
Lo se –dijo mientras esbozaba una tierna y cálida sonrisa
en sus labios- pero antes de que partáis quiero enseñaros algo y haceros un
último presente.
Nos tomó a ambos de la mano y nos condujo al borde de la
ladera este de nuestro pequeño
santuario, cuando llegamos vimos en lo que parece que había estado trabajando
recientemente, que no era otra cosa que despejar
lo que parecía un acceso a una gruta. Nos internamos no sin dificultad portando
en las manos unas antorchas que Malik había preparado al efecto. Temerosos, le
seguimos hasta que se detuvo al final de lo que parecía una amplia sala
prendiendo dos antorchas más dispuestas en las paredes de la misma. Nos quedamos
atónitos, estábamos en presencia del guardián de Mogor.
Julia en este momento se
sobresaltó, toda la historia ya era de por si bastante fantástica pero esto se
llevaba la palma, y si no fuera por el lugar en el que estaba y los
acontecimientos recientes no hubiese creído ni una sola palabra.
En el poco texto que
quedaba en los papeles no se aclaraba mucho más que Yamilah había recibido de
manos de su hermano un pequeño collar mientras que Jaali fue obsequiado con un curioso y
brillante colgante que tenía en el anverso el dibujo de una extraña nave y en
el reverso una inscripción en una lengua que desconocía y la figura de un ave
en pleno vuelo, después ambos partieron tomando como residencia un poblado
distinto al suyo donde nadie les conocía y donde gracias a las piedras azules y
los conocimientos que habían adquirido en aquel tiempo, pudieron llevar una
existencia tranquila y confortable en compañía de los varios hijos que
concibieron, visitando a Malik con cierta regularidad, el cual por fin parecía
haberse encontrado con su destino y llegar a ser el señor de su Manlaka tal y
como parecía predecir desde siempre su nombre.
Cuando Malik ya anciano
supo que le quedaba poco tiempo de vida llamó a Yamilah y a Jaali para que le
acompañasen en sus últimos momentos, instruyéndolos en las muchas cosas que
había aprendido con los años, algunas confirmadas a través de cosas que Yamilah
había seguido indagando y aprendiendo y de las que luego hablaban cada vez que
se reunían, todo para intentar comprender su papel y la razón de ser de aquel
lugar que había sido su salvación. El manuscrito terminaba de la siguiente
forma:
Mis últimas palabras, ahora que soy una anciana, son para
recordar a las personas que más he querido: mi compañero Jaali mis hijas e
hijos y sobre todo mi hermano Malik que por mi bienestar lo dio siempre todo a
costa incluso del suyo propio. Jaali y Malik hace tiempo que han partido para
ese viaje sin retorno al que pronto me uniré. Me he despedido de nuestros
pequeños que ahora se han convertido en personas de bien y viven felices con
sus propias familias y he vuelto para
dejar constancia de esta pequeña historia que se ha encadenado a las
muchas que la precedieron en este lugar. Sobre mi pecho llevo aún el collar de
plata con las tres piedras azules redondas que Malik nos entrego, y al igual
que Jaali hizo con el suyo, siempre fueron nuestro bien más preciado, y aunque
desde un principio entendimos que no nos correspondiesen por derecho el azar
quiso que fuésemos temporalmente sus portadores.
Al final del texto había
una fecha borrosa y completamente ilegible.
Julia se levantó
entumecida y perpleja a partes iguales por todo lo sucedido, aunque a decir
verdad la infusión que había bebido mientras leía le resultó tremendamente
reconfortante.
Salió al exterior y vio
a la mujer que pacientemente la esperaba y que le indicó que la siguiese, ella lo hizo sin dudarlo
barruntando de antemano cual era el destino de sus pasos. Se encaminaron con
lentitud al fondo de la ladera oeste del anfiteatro donde descubrió la entrada
de la cueva bastante más despejada de lo que Yamilah había mencionado,
posiblemente porque Malik se habría ocupado de la pesada labor de destierro a
lo largo de sus muchos años de soledad. Su acompañante se detuvo en el umbral
invitándola sin palabras a que entrara. Afortunadamente Julia había llevado su
linterna y aunque la oscuridad no era completa, esto le permitió avanzar con
menos dificultad. Estaba claro que aunque aquella era una formación natural la
mano del hombre también había intervenido acondicionando al menos en parte
aquel lugar, ya que las pareces era sensiblemente perpendiculares unas a otras
en tanto el techo conservaba su rugosidad primigenia aunque se elevaba por
momentos a medida que uno se internaba en su interior.
Distraída como estaba
contemplando todo aquello no pudo evitar tropezar con un inesperado obstáculo
ubicado en el mismo medio de su camino. El repentino dolor la hizo volver de
golpe a la realidad y sentarse a masajear su miembro lastimado. Mas calmada se
incorporó escrutando a su atacante sin dar crédito a lo que vía. Recordaba haber
contemplado algo muy similar en algún museo europeo y hojeado imágenes en
libros de historia antigua. Sobre el suelo se erguía un paralelepídedo de
piedra de unos sesenta centímetros de alto con molduras en su parte superior e
inferior y lo más sorprendente era que contenía inscripciones grabadas. Miró a
la pared del fondo y descubrió dos
nichos perfectamente tallados en la roca que contenían sendas urnas, bajo ellas
dos placas con unos nombres que la dejaron si cabe más asombrada y la
devolvieron a su época de secundaria. Por lo poco que recordaba de aquella
lengua muerta que había estudiado estaba ante la última morada de Cayo Marcio y
Livia Claudia. Nada parecía tener sentido, siguió revisando la sala en busca de
respuestas a las muchas cuestiones que se le formulaban, en una de las paredes
laterales había muchos más nichos pero de factura más tosca y que en este caso
permitían que descansase un cuerpo tendido a lo largo de la pared. Todos ellos
estaban cerrados con losas aunque sin inscripciones, en el lado opuesto solo
había tres ocupados, en cada uno de los laterales un nombre: Malik, Jaali, Yaminah. Julia confusa decidió examinar el
texto de la pieza con la que había colisionado para saber si eso le aclaraba
más cosas. Aquel hito parecía ser un ara
votiva dedicada a Júpiter por el centurión romano Cayo Marcio de la segunda
cohorte de la Legio III
Cyrenaica. Eso pensó Julia tenía poco sentido, la Cirenaica era una provincia
romana del norte de África que ocuparía lo que hoy es el oriente de Libia, por
lo tanto no parecía muy probable que una centuria romana hubiese llegado tan al
sur, a no ser claro está para inspeccionar las minas de sal y garantizar que a
su retaguardia no hubiese enemigos potenciales. A este sorprendente
descubrimiento le sucedió otro que no lo era menos, en una de las esquinas,
apoyadas y cubiertas de polvo encontró lo que parecían las piezas principales
de un uniforme militar romano; el casco con la crista que distinguía a los centuriones de sus tropas, la coraza
articulada o lorica y la espada corta o gladius en su vaina.
Julia se sentía superada
por momentos por los acontecimientos, ya era difícil de asimilar la historia de
Yamilah y la presencia de la anciana y ahora todo esto. Así que Malik había
encontrado por casualidad la tumba de un centurión romano que por alguna
desconocida razón había decidido permanecer en Mogor con su acompañante para lo
cual se le ocurrían dos posibilidades, o bien que su centuria hubiese sido
diezmada y ellos fuesen los únicos supervivientes, o que voluntariamente
hubiesen decidido cumplir alguna misión de su legado ofreciéndose a custodiar
aquel paso mientras encomendaba a su optio
o lugarteniente que condujese a sus hombres de regreso al norte para nunca más
volver. Eso, ya de por si raro, podía tener algún sentido a la luz de la
información que había visto y de las muchas y complejas obras realizadas en el
entorno del anfiteatro que de alguna manera hubiesen requerido el concurso de
un cierto número de operarios disciplinados durante un período no desdeñable de
tiempo, pero entonces ¿quienes eran los ocupantes de los nichos sin nombre? La
explicación más inmediata que se le ocurría es que al convertirse el paso en
estratégico, bien los descendientes de Cayo Marcio y Livia Claudia si los hubo,
u otras personas con posterioridad asumiesen el compromiso de custodiar aquel
lugar hasta el fin de sus días. En cuanto a porque se había interrumpido la
circulación de las caravanas, lo más plausible es que un terremoto ocasionase
el derrumbe de los accesos y de la entrada a la cueva, aunque tampoco se podía descartar que fuese
provocado de algún modo. En definitiva demasiadas suposiciones y muy escasos
aunque sorprendentes datos para verificarlas.
Julia salió al exterior
cuando el sol comenzaba a ponerse y observó como la orientación de la gruta
permitiría el paso de los rayos solares a su interior al amanecer hasta
posiblemente alcanzar el ara.
Estaba terriblemente
agotada física y mentalmente y sabía que tenía que regresar pronto o no sortearía
con éxito un camino con tantos
obstáculos desconocidos al final del
cual aún quedaría escalar y descender de nuevo el derrumbe que cerraba la
entrada, algo que no quería intentar a oscuras bajo ningún concepto. Buscó sin
éxito a su anfitriona para despedirse de ella, pero no pudo hallarla, y
emprendió el retorno. Se sorprendió cuando la descubrió de pie al final del
camino justo ante el montículo de tierra y rocas.
Julia no pudo evitar algo
que le rondaba la cabeza desde hacía un buen rato.
Yamilah?-preguntó-
señalando hacia ella.
La mujer sonrió y luego
negó con un suave movimiento de cabeza. En sus manos tenía un pequeño collar de
plata en el que destacaban tres piezas de turquesa azul claro montadas sobre
soportes circulares que puso en el cuello de Julia, esta comprendió que
probablemente aquella joya hubiese pertenecido a Livia Claudia originariamente
y que luego Malik regaló a Yamilah y que esta la trajo de vuelta consigo a su
regreso a Mogor.
Tras ofrecer el presente
la mujer se agachó indicando una grieta en la pared que por su dimensión apenas
permitiría el paso de una persona. Julia se dio cuenta que probablemente sería
la boca del túnel que Malik había descubierto, según el manuscrito de Yamilah,
siguiendo a una cabra que se había extraviado en el.
Al volverse Julia para
agradecer a la mujer todo lo que le había mostrado observó que había
desaparecido. Se hacía de noche y la soledad del lugar ahora la asustaba un
poco, salió al exterior y cogió el vehículo encaminándose hacia el hotel y la
civilización sin saber muy bien si había vivido o solo soñado aquel día.
Durmió placidamente
soñando con caravanas, cohortes romanas y todas aquellas mujeres que habían
demostrado su valor y entrega desde Livia Claudia renunciando a la vuelta a una
vida de lujo y placeres en cualquier civitas romana, a Yamilah que nunca olvidó
a su hermano y que se preocupó por el hasta el final en atención a sus desvelos
por ella, o aquella misteriosa mujer que sin palabras le había revelado una
historia de siglos en apenas unas horas. Así pues, ellas y ellos los nombrados
y los anónimos fueron parte de una historia que terminó convirtiéndose en
leyenda.
Por la mañana se levantó
aún un poco cansada y confusa, el pasaporte había llegado y podía continuar su
viaje. En lo primero que pensó fue en llamar a su hermana con la que discutía frecuentemente,
hoy sería ella quien pediría perdón, era un buen momento para hacer las paces y
procuraría visitarla más a menudo.
Luego de pagar la cuenta
subió al autobús que la llevaría para siempre lejos de aquellas tierras,
mientras se alejaba pudo contemplar de nuevo el contorno de la omnipresente
meseta, no pudo evitar que su mano se deslizase por el cuello y palpar el collar
bajo la blusa, tampoco echar la vista atrás e imaginar que Livia Claudia, Cayo
Marcio, Yaminah, Malik y Jaali salían a despedirla y a recordarle el deber
comprometido tácitamente de proteger los secretos revelados, tal y como habían
hecho todos y cada uno de los guardianes de Mogor.
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