A day in the sea, far away from home a little island is in the horizon.

Land to discover. Place with a small number of habitants but who is waiting for new visitors every day.

Breathe the clean air in the beach, see the blue sky over you head, walk slowly to the lighthouse, and there, take a book in the library and enjoy the moment of calm near the sea.

A beautiful sunset when the day is over is the best gift for the traveler, Alba Island is now in you for ever.

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A procura dun lugar refuxio onde soñar, desconectar… albiscamos unha illa branca e refulxente como a aurora. É a nosa Illa Alba, hai outras illas, algunha do mesmo nome, todas elas custodian segredos e artellan historias.

Lugar encantado que agarda despois de longa travesía. Percorremos ducias de millas imaxinarias antes de chegar, as rachas de forte vento fixéronnos varar na praia. As ondas seguían chegando a area, moldeando os nosos corpos para fundilos e convertelos nun elemento máis.

Bancos de néboa cubrían a superficie. O faro presidía dende o cumio a escea proxectando a súa brilante luz. A súa presenza espertou en nós a curiosidade e a necesidade de calor. Camiñamos cara a construción milenaria que guiaba os nosos pasos para ofrecernos o que imos compartir.

Aquí facemos mención de algúns dos libros que alí foron deixando os seus habitantes, de variada procedencia. Tamén o escrito polas persoas que moraron ou pasaron pola illa para logo seguir outro rumbo. Se chega algunha botella ou pomba con mensaxe nós arquivámolo na biblioteca da Illa dos Sentimentos, Alba.

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martes, 2 de xuño de 2015

32. El último viaje.

Media tarde de un extrañamente luminoso día de primavera, nadie diría que apenas hace dos jornadas un manto blanco trataba de cubrir sin éxito los campos, alivio efímero por lo tanto en un tiempo cada vez más seco y desnortado.
Es momento de despedida tras las cortas vacaciones, en casa quedan solo los niños y los mayores, en tanto los jóvenes, como la que ahora cierra la puerta y baja las escaleras, se reincorporan a sus estudios o al trabajo lejos del hogar. Es una mujer tranquila de mirada resuelta, que camina sin prisa disfrutando de cada paso que da por este lugar tan querido, sus poco más de veinte años le hacen sentir todavía el placer de cuando correteaba con sus amigos por estos mismos espacios, las largas conversaciones a la sombra de los castaños en la época estival, las fiestas patronales, los paseos por el campo, el goce de sumergirse en las limpias y siempre frescas aguas del río,... todo ello retorna ahora a su mente al recorrer de nuevo las antes bulliciosas y sin embargo ahora tranquilas calles.
Mil anécdotas y experiencias rememora en su cabeza y no puede evitar que una sonrisa asome en sus labios, como asentimiento de dar por bueno todo lo vivido.
De su madre heredó, además de su hermosa melena rubia y ojos azules, el gusto por las letras, y siguiendo sus pasos se convirtió en periodista. Ahora, terminados los estudios y fresca aún la tinta de los títulos, afronta el reto de escribir su primer artículo para un periódico de tirada local, donde han decidido que merecía la pena darle una oportunidad. El caso es que la fecha de entrega se aproxima y dado que no se le indicó ningún tema específico el primer obstáculo será la elección del mismo.
Cuanta responsabilidad, apostar el futuro inmediato a esta previa y arriesgada decisión.
Lo cierto es que estos días de asueto tenían como finalidad favorecer la visita de las musas y consecuentemente poder completar el encargo pendiente, pero no fue así y la realidad es que el block sigue en blanco y el bolígrafo no ha descubierto su capuchón ni para saludar.
La horas en verdad pasaron volando, azuzadas por un viento glacial y un cielo encapotado, que eso sí, tuvo la deferencia de poner una nota tierna enviando miríadas de motas blancas que se deshacían apenas al tocar el suelo y que contempladas a través de la ventana se asemejaban a esas pequeñas bolas de cristal decorativas donde se pretende encerrar la magia y la ilusión de un paisaje invernal. Dentro el fuego del hogar y las aparentemente infructuosas labores de su padre y hermana pequeña por terminar una casa de hadas, entre los que divertida, tuvo que mediar para lograr llegar a un acuerdo de como debía ser la morada de esos maravillosos seres. En fin, visto ahora, tiempo deliciosamente consumido pero que en este momento se antoja quizás más valioso para haberlo dedicado a otros menesteres más productivos.
Todo esto ronda su cabeza cuando a lo lejos divisa la vieja parada situada a las afueras de A Grela, hoy sumamente deteriorada y descolorida, aunque aún se intuye el originario color azul claro y el logo de la caja de ahorros que a través de su obra social posibilitó que se instalase, ambas ahora, entidad y reparto de beneficios entre la comunidad, devoradas por la vorágine de las crisis económicas, impidiendo así más acciones de necesaria inversión solidaria.
Se sienta a esperar en el interior, donde poco hay ya de acogedor y hasta lo funcional casi ha desaparecido, dañado por un incendio sucedido años atrás y con la naturaleza pujando por recuperar de nuevo el espacio arrebatado, extendiendo inmisericorde su manto vegetal por suelo y paredes.
Esta ahora ruina fue en otro tiempo refugio que vio llegar e irse a multitud de personas, mudo y privilegiado testigo de los paseos dominicales de los novios por la carretera, los juegos infantiles, las confidencias, los primeros besos adolescentes,.... es triste ver el aspecto de un elemento tan recordado, tan sentido, tan interiorizado y que ahora yace herido y solo a la espera de un destino incierto.
Alzando la vista y apoyando la espalda en el paramento del fondo se pueden contemplar en primer término las casas de la zona más elevada del pueblo así como la capilla, mientras que el resto de construcciones parecen jugar al escondite ladera abajo, a lo lejos se hace presente el contorno de una sierra, coronada por una larga hilera de aerogeneradores que ponen quizá el punto actual y discordante en un paisaje donde por lo demás predominan los colores pardos y granates del monte interrumpidos ocasionalmente por pequeñas poblaciones en las partes más bajas de las laderas de la montaña  rodeados por reducidos ámbitos donde  un mosaico  de pastos y de cultivos aportan una significativa nota de color.
Tantos años transcurridos y todo sigue siendo tan hermoso como el primer día piensa ella, pocas cosas parecen haber cambiado, al menos en apariencia, aunque también sabe que no es exactamente así. Que fácil  es dejarse llevar por las ensoñaciones y los recuerdos y que la mente vague libre contemplando lo que la naturaleza, y el ser humano en menor medida, han construido en armonía.
Poco falta para la hora en que el autobús  llegue para recoger a los cada vez menos frecuentes usuarios.
En tanto espera recuerda el hallazgo de la noche anterior en uno de los armarios de casa. Muy bien envuelta y conservada encontró una foto antigua en blanco y negro que mostraba a un joven conductor de línea sentado en el asiento su vehículo, sonreía satisfecho y feliz tanto a la cámara, como a la persona que tanto tiempo después le contemplaba. Había algo hermoso y familiar en su rostro, su madre se lo confirmó, era el abuelo, claro, quien sino pensó,  en sus comienzos fue chofer para una empresa que viajaba a Ponferrada, no le había reconocido en un primer momento porque ya le conoció más mayor y nunca había visto ninguna imagen de como era antes.
Estos  pensamientos se desvanecen con el ruido próximo de un motor diesel afrontando la curva bajo la vieja tienda  que en otro tiempo hizo las veces de cochera.
Advertido de que hoy habrá al menos una pasajera, el conductor detiene el transporte y abre la puerta para permitir subir a bordo a la joven, quien luego de abonar su billete ocupa un asiento de los de adelante, pues, aunque normalmente está prohibido hablar con el conductor, como a buen seguro no habrá mucha más concurrencia, podrán hacerse al menos silenciosa y mutua compañía.
Estos días oyó decir a los vecinos que van a suspender el servicio, y probablemente que hoy sea el último viaje, porque ya no es rentable mantenerlo.
 De nuevo  evoca la imagen de su abuelo y del orgullo que seguro sintió llevando a tantas personas a sus quehaceres diarios, cuando no había prácticamente más medios en los que desplazarse y cada viaje era en sí mismo una aventura, teniendo incluso que bajarse a veces los usuarios a empujar cuando la máquina se averiaba o la adversa climatología hacía impracticables los otrora caminos de tierra. Buenos tiempos de solidaridad y aspiraciones modestas y por ello en cierta forma quizá más felices, hoy ya desaparecidos y que solo viven en el imaginario colectivo, perpetuándose en la cada vez más escasa tradición oral.
Hay cosas que no debieran desaparecer y perderse para siempre porque con ellas se va parte de lo que hemos sido y por lo tanto de lo que es nuestra esencia, y aunque los modernos tiempos, caprichosos y veloces, quieren borrar todo vestigio de lo que no es el ahora y el ardiente e insatisfactorio deseo de lo que vendrá, todavía queda tiempo para hacer una última cosa.....

Sentada en mi asiento, al lado de la ventanilla, me dispongo a vivir el último viaje de una línea de autobús rural que a partir de mañana ya no se realizará más. Probablemente la razón de tal decisión radica en la multitud de espacios vacíos que me rodea y que al final, siempre más bien pronto que tarde, trae como consecuencia este tipo de decisiones económicamente incontestables pero también en cierto sentido socialmente injustas, pues penalizan la vida de las personas que aún hoy precisan de este nexo entre su vida cotidiana y los servicios de todo tipo que necesitan, la mayoría de los cuales no se encuentran próximos.
La salud de cualquier ser vivo estriba entre otras cuestiones en que la vida fluya por sus redes arteriales  desde los puntos importantes hasta los más alejados, permitiendo que todos estén interconectados formando un sistema, y esto mismo ocurre de alguna manera con el territorio. Nos hemos dejado seducir por una vida frenética que nos impone desplazamientos más largos y en el menor tiempo posible y nos hemos olvidado de la escala de lo cercano, de la calma, del viajar descubriendo un paisaje y detenerse en su contemplación, avistar un ave en su vuelo, disfrutar del discurrir de un río desde sus márgenes, o divisar las estrellas y la luna en el cielo nocturno.
Buena parte de mi vida la he pasado viajando por carretera en transporte público, de pequeña en las líneas que unían la ciudad con el pueblo, los días de feria acudiendo a ella, peregrinando en tardes de verano a la playa y más recientemente en ese semanal ir y venir entre la universidad y el hogar, donde los viernes son siempre felices en tanto que los domingos por la tarde son inevitablemente tristes.
En más de medio siglo muchas han sido las personas han hecho posible con su profesionalidad y entrega que este país se pusiese en marcha desde una difícil posguerra donde los motores eran casi exclusivamente de gasolina y unos pocos visionarios se propusieron con más audacia que medios transformar los jirones de una contienda fraticida en la semilla de un cierto progreso, que luego, con la llegada de la democracia se terminó de afianzar. Fueron esas primera décadas las que vieron rodar a los míticos Barreiros, Pegaso, Leyland o Avia entre otros, posibilitando la movilidad en un país adormecido en muchos aspectos aunque tremendamente vital en otros, en el que el ferrocarril no conseguía ser competitivo, algo que aún hoy se sigue evidenciando a pesar de las grandes inversiones.
Mucha gente como mi propio abuelo, dedicaron y dedican gran parte de su vida a esta vocación de trasladar a las personas, sin desanimarse ni desfallecer ante las interminables jornadas y las largas y sinuosas carreteras, al calor del estío y soportando el crudo frío del invierno, siempre firmes y serenos al volante de sus vehículos, sin quejarse por sus muchas horas fuera de casa y las tan escasas al lado de sus seres queridos, porque su familia, también lo fuimos cada una de las personas que les acompañamos, y  por ello mismo  testigos de su buen hacer y su compromiso con su oficio, con sus máquinas y sobre todo con la gente que estuvo y esta bajo su responsabilidad cada día.
Han sido parte de nuestra historia y de nuestras vidas, personas anónimas pero a las que reconocemos en cada nuevo viaje tras unos rostros más jóvenes que toman el relevo, todos ellos leales servidores de un cometido profundamente social que contribuyó en la medida de sus posibilidades a que la sociedad superase el endémico aislamiento y avanzase.
Así pues en este último viaje, en esta día que ya termina, al menos expresar el recuerdo y reconocimiento a todos aquellos que al igual que mi abuelo consideraron su trabajo como algo más que un empleo y pusieron su tiempo y su vida al servicio y ayuda de los demás.

Gracias por ello a todos.